martes, febrero 20, 2007

Servicio especializado,
atención personalizada

Como todos los días, puntualmente llegó al trabajo, fue a su ropero personal, dejó allí la ropa de calle y se vistió pausadamente con el uniforme, prestando atención a cada detalle con una rutina casi ceremonial. El impecable uniforme azul oscuro con ribetes negros, sin manchas, sin arrugas, sin pelusas siquiera, le quedaba perfecto. Había sido confeccionado a medida por un sastre que sabía bien lo que hacía.
Se miró al espejo, retrocedió unos pasos, corrigió un pequeño desajuste del nudo de la corbata, alisó con movimiento mecánico las solapas, volvió a acercarse al espejo, paso su lengua por los dientes, los miró de cerca, se quitó un molesto punto negro de la barbilla, volvió a retirarse, se miró del lado derecho, luego del izquierdo, centró su gorra de tipo militar y finalmente con un golpe suave y seco de sus palmas se autoaprobó. Impecable, fue a atender sus asuntos.
La camioneta respondió inmediatamente al contacto luego que en el tablero el rulito encendido indicaba que los calentadores habían hecho su trabajo. El motor diesel de ocho cilindros quedó ronroneando. Lo dejaría calentar unos diez minutos como siempre. Mientras esperaba se bajó y comenzó a rodearla mirándola inquisidoramente. No notó defectos, no habían rayones en la pintura, había sido perfectamente encerada. Una pequeña mancha de condensación en el parabrisas generada por el calor del motor desapareció cuando con un pañuelo la limpió enérgicamente. Golpeó con una martillo de madera las llantas. No vio manchas de aceite en el piso. Quedó satisfecho.
El encargado trajo los papeles del turno con la dirección para el inicio del trabajo y subió a su lado. Con un movimiento suave de sus manos y el pulgar hacia arriba saludaron al portero que les abrió la gran puerta metálica del galpón y sin apuro promediando 80 k.p.h. por una carretera casi vacía a esa hora de la noche, fueron a su destino.
El turno nocturno no era de su mayor agrado, pero estaba empleado para cumplir no para estar pidiendo favores, asi, llegaron a la calle, con la linterna de 100 varios buscó la numeración... sería la próxima casa... no... ¿la otra?... si, esa era. Estacionó frente a la residencia, recogieron todo lo necesario de la parte de atrás del furgón, se acercaron a la puerta.
Allí tenían una cita, la muerte los esperaba.
Les abrió una señora pálida, de ojos enrojecidos, dentro de la casa había bastante movimiento y muchas personas dialogaban en los cuartos, ellos entraron en un dormitorio y apoyaron el cajón en el piso. Dos mujeres jóvenes y un señor de mediana edad consolaban a una señora mayor junto a la cama y entre lagrimas y sollozos acariciaban tiernamente la cara del cadáver color ocre que reposaba en su cama. Solcitaron que los dejaran solos para cumplir su trabajo. Pacientemente esperaron a que salieran, luego cerraron la puerta y se miraron.
Como siempre, como cada día con cada "paciente" fueron uno a los pies, otro a la cabeza. Abrieron el cajón, dejaron la tapa a un lado, se aseguraron que nadie los viera en ese instante y con un movimiento rápido sin ninguna consideración especiál levantaron por la cabeza y los pies al finado, que con el rigor mortis parecía una tabla, luego lo dejaron caer dentro de la caja de madera. Hizo un ruido seco. Colocaron la tapa y provisoriamente la cerraron con dos o tres tornillos. Volvieron a la camioneta, cargaron todo en la parte trasera del furgón y volvieron a la empresa.
Comenzaron rutinariamente a preparar el cadáver. Quitaron la ropa, pusieron el sudario y lo acomodaron dentro del cajón definitivo. Como el finado había sido muy grande y apenas entraba en la caja, le tuvieron que dar un golpe seco en cada rodilla para trabárselas y evitarse molestias. Ya instalado que fue, vieron que el pelo se le estaba callendo de lado. Notaron que se trataba de una pequeña peluca, una parruqueta de buena calidad. La arrancaron entonces de un tirón y en la muerta bocha pelada pusieron una buena cantidad de cola de carpintero, esperaron que secara un poco, la pegaron y acomodaron el peinado. La boca quería abrirse por lo que pegaron los labios con pegamento simple y luego, empujando las comisuras dibujaron una sonrisa falsa. Dieron un poco de color a las mejillas pálidas. Volvieron a mirar su obra... faltaba algún detalle. El ojo derecho estaba semiabierto, por lo que con dos gotas de pegamento lo dejaron bien cerrado, pacientemente afeitaron la incipiente barba y retocaron el bigote. Volvieron a mirar de un poco mas lejos. Corrigieron un par de arrugas aquí, otras allá... ahora si, los dos quedaron satisfechos. Tarea cumplida. El de uniforme le dio una palmadita suave en la frente al cadáver y dijo en voz alta: “Tas listo hermano, como nuevo, no nos diste mucho trabajo” y mirando a su compañero de tareas consultó: “¿Nos quedó lindo, no?, el otro asintió entusiasmado con la mirada fija en el muerto, la experiencia les daba esa calidad de trabajo. Dejaron el cajón pronto sobre un carrito de ruedas, a la espera que otros operarios lo hicieran rodar al salón velatorio.
Al salir se cruzaron con la viuda que lloraba desconsoladamente. Los familiares comenzaban a llegar con sus vestimentas oscuras acorde a la ocasión. Con gran solemnidad el primero llevó su mano a la gorra y la levantó frente a la señora en señal de respeto, mientras el compañero decía seriamente a cada doliente el clásico “ Lo acompaño en su dolor”. Con pasos lentos salieron del salón velatorio.
Antes de separarse el uniformado le dijo a su compañero de taréas: “Terminá hoy el papeleo vos, haceme esa piernada, que tengo que llevar temprano a casa. Les prometí a nos nenes llevarlos a un cumpleaños ahora en la mañanita, ¿podés?, gracias loco.” Con larutina, el turno de la noche ya había pasado. Otra jornada cumplida.
Se quitó el uniforme con cuidado y lo guardó prolijamente en su ropero personal. Estaba rendido, pero una buena ducha de agua caliente lo dejaría como nuevo. Ya seco, vistió la ropa de calle y casi sin cansancio volvió caminando a su casa. De tarde dormiría una siesta, tenía tiempo, ahora a sacar los niños... él sabia separar el trabajo del amor.
Sonreía, sabía bien que allí, lo esperaba la vida.

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