martes, febrero 20, 2007





Luisito







Y si, fue así toda la vida.



Medio deforme su cara y siempre ligeramente agachado, como en una reverencia permanente.

El tener una pierna mas pequeña le daba un tranco extraño al caminar y su estrabismo le regalaba una apariencia casi burlona, porque uno no sabía bien con que ojo estaba mirando.

Luisito era un “pan de Dios” si, un “pan de Dios”, ninguna maldad, simplemente un retardo leve desde el nacimiento, que lo hacia “diferente”, lo suficientemente diferente como para que no le dieran ninguna oportunidad laboral seria, lo suficientemente "diferente" como para ser siempre discriminado.

El se buscaba la vida recorriendo toda la avenida 18 de Julio y la calle Sarandí vendiendo las cosas más inverosímiles,

Durante mucho tiempo se lo vio con una señora mayor - seguramente su madre - siempre del brazo, inseparables, paseando sus estampas y su pobreza por las calles del centro.

Un día ella dejó de estar y de allí en más anduvo solo.

"¡Tengo los americanos, los americanos legítimos a veinte el paquete de treeeeesss!" - dicho esto casi como un susurro, como en secreto a los varones que pasaban por la vereda y consideraba potenciales clientes - porque vender preservativos en la vía pública no era changa hace cuarenta años.

También lo recuerdo en el Parque Rodó: "¡A los churros!, ¡calentitos los churros! ¡simples y rellenos de dulce de leche los churros!, ¡CHUUUURRROSSSS, a los ricos churrrosssss!", toda la vida voceando la mercadería de otros, él nunca tuvo nada, solo fue un producto marginal de una sociedad pacata y enferma que lo rechazó permanentemente.

Así fue cliente de piezas de pensión baratas, tristes, grises, donde convivió con su eterna soledad, sus limitaciones, sus carencias.

Tengo recuerdos de él desde muy chico, cuando con túnica escolar lo toreábamos a los gritos de: ¡Epa Luisito!, ¡Opa Luisito! y canturreabamos en posición preparada para el raje: ¡Luisito, Luisito, nos importás un pito!, porque los niños pueden ser muy crueles, muy duros con la gente diferente.

Este tratamiento nos hacía acreedores de furibundas puteadas e intentos de agresión que solo quedaban en eso, ya que nosotros – recién salidos del cascarón - corríamos mucho más que él, que ya era un hombre joven y por sus imposibilidades físicas solo atinaba a dar un trotecito atravesado, acelerado e irregular que generaba aún más hilaridad entre nosotros.

Alguna vez lo vi paseando con un letrero doble colgado del cuello, lo que llamaban “hombre sándwich” por las principales calles, haciéndole la propaganda a algún comercio conocido y competencia a otro personaje entrañable de aquel Montevideo que ya fue, al recordado "Fosforito", que siempre andaba disfrazado de Carlitos Chaplin con su infaltable bombín, bastón y zapatos gigantes, moña colorada y peluca exagerada. (Llegué a enterarme que “Fosforito” murió por los ochentas, en plena dictadura, quizas abandonado, pobre y solo.)

Y así se fue yendo la vida y pasaron más de cuarenta años.




Ayer fuimos con mi señora a comer al Mercado del Puerto, a disfrutar un descanso merecido que implica gastar unos pesitos que se deberían ahorrar dada la penuria económica que se vive, pero con la mutua aceptación de que mejor gastarlos por una vez en un buen almuerzo, uno de esos pequeñísimos gustos que nos podemos dar los rioplatenses, porque un día de vida es vida.



Pensar que este mercado lleno de restaurantes y artesanos, este inmenso juguete para armar dicen que se construyó en Europa a fines del siglo XIX y vino a parar aqui de casualidad. Cuentan - no se si sera verdad - que tenia que ir a Chile, para una estación de tren, pero la desembarcaron por equivocación.

"Si vieja, donde vos quieras, para mi esta bien".

Me impone respeto la estructura que jamás llegó. Nunca sintió el pito del tren a vapor, los pasajeros apurados, el tronar de las moles de hierro. El destino le tenia preparado sirenas, pero de barco, y olor a frutas, verduras, salitre, humo de fogones, asados . Extraño destino.

Inevitablemente pienso en estas cosas cada vez que vengo, es casi como un rezo al ingresar a sus entrañas.

"No, ¿por que decís eso? me quedo mirando para arriba porque me gusta, nada mas, ¿no te llama la atención esta construccion? ... y bueno, sos mujer."

Parecíamos flotar junto a las mesas en un gentío de variadas nacionalidades. Luego, ya sentados, a la espera de nuestra paella y el vacío a las brasas, mientras disfrutabamos un vino sin demasiada alcurnia, pero que sabia acompañar, a mis espaldas una guitarra arrancó a sonar a ritmo de milonga y una voz gastada improvisó una payada ficticia.

Pudo más la curiosidad, me di vuelta, ¡y allí estaba!, el payador improvisado era Luisito. En realidad una caricatura de aquel de mis recuerdos.

Ahora Luisito el ancianito, muy encorvado, de pelos blancos y escasos, boina azul, ropas pobres pero aseadas, su estrabismo muy pronunciado, el maxilar inferior desdentado mostrando un único diente sobreviviendo estoicamente.

No se que cantaba, solo lo vi y recordé. Recordé mucho.

Pasaron por mi mente las túnicas, el timbre del recreo, los helados palito de agua y fruta que vendía aquella viejita en la puerta de la Escuela República Argentina, la risa de mi madre y mi viejo en su consultorio arreglando los dientes de algún paciente, el tío comprando Richmond sin filtro en la vieja Vascongada y las tías preparando aquellos postres exquisitos mientras Rayito, mi primer cuatropatas tan querido ladraba moviendo la colita a todo trapo regalándome aquel olor a leche cortada en su hociquito de cachorro.

Recordé tambien a mi abuelo caminando senil y enajenado por las calles de aquel centro que en su demencia eran las calles de su inolvidable Sondrio en el Piamonte, de aquella Italia que abandonó obligado por el hambre mas de 70 años atras, hablando solo en un dialecto de su tierra que nadie entendía.

Ese centro que fue mi barrio de juventud, la calle Cebollatí en el Barrio Sur con el gimnasio del glorioso Atenas de las alas negras, pasión basquebolera, los campamentos de la Cristiana, el liceo, el trío de Rock progresivo en español, los que se fueron, los que nos arrebataron, mi primera novia en serio y la única por siempre, la dictadura maldita, los ausentes, los estudios universitarios, el título, el exilio, el regreso, todos los que faltan y entreverado en esa avalancha de recuerdos el hoy cruel y sin sentimientos... el podrido presente de Luisitos-ancianitos-payadores-desdentados-encorvados-desamparados.

"¡No vieja!, es el resfrío y el humo de las parrillas que me irritan los ojos, no es nada, tranquila."

Y allí estaba, muy anciano pero firme y peleándole a la vida, a esa su vida injusta, ¿me entiende?, porque vivir, para Luisito ha sido como si nos pusieran en la cancha de la vida con el juez vendido, empezando el partido tres a cero en contra y con dos jugadores menos. Y él igual jugando ese juego vergonzoso, dientes apretados, garra charrúa. Aunque se le este viniendo abajo toda la estantería va a jugar hasta el último minuto, porque el partido termina cuando termina y de esto tenga la seguridad.

Decía el glorioso Sandrini: “Mientras el cuerpo aguante, voluntad no va a faltar”, porque cualquier partido solo se pierde cuando bajamos los brazos, no importa como va el tanteador, eso no importa, es cuando nos entregamos... allí si realmente se pierde.

Luisito carajo, todavía en la pelea... ¡y pensar que nos quejamos de nuestras pequeñas cruces! y este tigre llevando ese madero enorme de por vida, como aquel otro gigante lo llevó, y firme.

Como en un sueño su imagen se me desdibujó y una sonrisa enorme con el pelo engominado impecable y el gacho de costado, desde ningún lado y por todos lados me cantaba: “...cuardo rajés los tamargos, buscardo ese margo que te haga morfar, cuardo la suerte que es grela, fallardo y fallardo te marde parar...”

Por un momento me empecé a deprimir. Calculaba cuanto me separaba de aquel gurí de túnica y moña azul de los cincuentas, me vino una angustia casi irrefrenable que enseguida entendí que era por él, pero quizás egoístamente más por mí, al verme en ese espejo de tiempo. Pero enseguida pasó, me enorgulleció que parte de mis recuerdos entrañables estuvieran allí, en el trillo.


¡Luisito, carajo!, que lección de vida me esta dando y que macana no poder decírselo y agradecerle, darle un abrazo “de oso,” - como dice un amigo argentino - pero él no hubiese entendido nada... por eso con vergüenza me limité a poner unos pesos sobre la guitarra cuando pasó por la mesa pidiendo una colaboración con su andar dificultoso y lo vi alejarse hasta que se perdió entre la gente, entre los colores, los olores, las luces, los sonidos... para volver al reino de los recuerdos.




“...Vorveeeer... cor la frerte marchita, las nieves der tierpo platearon mi sier... sertiiiir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febrir la mirada, errarte er la sorbra te busca y te norbra... vivir... cor el arma aferrada a un durce recuerdo que no volverá...” seguía el Mago implacable en mis adentros...

"¡Que no mujer...! es el resfrío y el humo te digo... se me irritaron, por eso me lloran un poco... quedate tranquila que no es nada che. ¡Mozo!... me trae la cuenta por favor... le agradezco".



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