martes, febrero 20, 2007

En lo más alto







Hasta ese momento nadie lo había descubierto.

Los pies pequeñitos enfundados en sus medias blancas y zapatos deportivos se balanceaban mientras las manitas se asían fuertemente de la rama del viejo plátano en la avenida 18 de julio.
¿Como habría hecho para llegar tan alto?
Y si, es una pregunta lógica aunque no tiene respuesta, los seis años de Juan Martín no conocen limites ni fronteras, desde su atalaya observa la interminable columna de seres humanos caminando como hormigas por la vereda, tan acosados por sus propios problemas que ninguna acertó a ver al niño en lo alto del árbol, ¿no ha notado usted que mientras caminamos por la calle no miramos hacia arriba?
Estaba asombrado, porque él siempre miraba todo desde su altura de niño, siempre hacia arriba, pero ahora todo estaba muy lejos, muy abajo. Desde esa altura le recordaban cucarachitas y los gordos parecían sapitos. Pero él tenia que ir mas arriba todavía si quería lograr lo que estaba buscando, y siguió subiendo sin problemas puesto que su escaso peso no generaba problemas a las ramas del añoso árbol que le daban una sustentación perfecta, pese a que de a poco hacia lo alto, eran cada vez mas finas.

Siguió absorto disfrutando sus nuevas experiencias, ahora podía ver el señor que vendía los periódicos en la esquina, ¡como gritaba ese hombre!, todo el día grita que te grita y los jóvenes que daban papeles a los que pasaban... ¿qué les estarían regalando? y pasaron dos monjas esas tan amigas de la abuela, desde ahí arriba parecían dos pingüinos de esos que veía en la televisión – el recuerdo le dio una risa nerviosa – atrás de las monjas vio como una madre muy enojada llevaba a los tirones a un niño de su edad que lloraba
desconsoladamente – pensó: ¡Que mala esa mamá!, la mía nunca me hizo eso – dos señores de pelo tan blanco como el del abuelo pasaron discutiendo y discutiendo y de pronto se paraban para mirarse y seguían discutiendo y gesticulando con los brazos como dos monos del zoológico para luego seguir unos metros y volver a pararse y seguir moviendo los brazos, eran muy cómicos esos viejitos. El mundo pasaba bajo sus pies y todo le llamaba la atención.

Alcanzó a ver a dos amiguitos de la escuela – Ernestito y su hermana mayor – los dos de túnica y moña azul, prendidos de la mano de la madre que los acababa de ir a buscar a la escuela. Él no había ido ese día - lo lamentaba, aunque estudiar lo aburría, pero el juego con los otros niños le gustaba. Ese día como la semana pasada no lo llevaron y en su viejo apartamento se aburría porque solo podía jugar con su perrito Mandinga – así la había puesto papá – y su gatita Samantha – ese nombre fue idea de mamá– y también jugaba con sus peces, los que tenia en la pecera que el abuelo y la abuela le regalaron en su cumpleaños. Allí nadaba Superman, un hermoso pez tropical que de costado parecía grandote grandote y estaba lleno de rayas blancas y negras y de repente te miraba de frente quedaba finito finito finito...¡pahh! le encantaba Superman, y también adoraba a Ballenita, el otro pecesito gordote, regordete, cachetón, de largas aletas y cola velamentosa. Ballenita tenia unos ojos saltones resimpáticos y esa bocota chupando agua permanentemente parecía que le estaba mandando un mensaje especial para él solo, pero no podía entenderlo.
Le hubiera gustado tener hermanos, porque ser hijo único tenia esa contra de estar solo, los hermanos mayores pueden entender lo que dicen los bichitos, pero él no. Después tenia otros peces pero no eran tan suyos y el que mas le llamaba la atención era uno al que le decían "Vieja de agua", de panza chata y largos bigotes que siempre se arrastraba en el fondo y otros rarísimos finitos y transparentes a los que les podía ver todo lo que tenían dentro del cuerpo si los miraba a contraluz, eran rápidos como flechas, pero nunca chocaban.
Extrañaba los peces y a Mandinga y Samantha pero estaba aburrido en el apartamento y estaba triste. Habían pasado muchos días y no aguantaba las conversaciones del abuelo y los besos pegajosos de la abuela, además ellos estaban muy angustiados y él precisaba alegría. Lo que más extrañaba era a mamá y papá que hacia muchos días que no volvían a casa.
Al parecer iba a venir una tía que vivía en otro país que se llama Buenos Aires para llevarlo a pasar uno tiempo con ellos, pero él quería ver a mamá. Cuando le preguntaba al abuelo le decía que estaban de viaje y cuando le pregunto a la abuela ella se puso a llorar y al final le dijo que estaban en el cielo. ¿El cielo? ¿Y que es el cielo? ¿Y donde esta el cielo? Y la abuela le dijo que allí estaban todos los eran muy buenos y quedaba muy arriba, bien alto y señalo para el techo. Entonces le dijeron que papá y mamá no iban a venir mas a casa.
Por eso cuando vio la puerta entreabierta decidió salir a buscarlos y de a poco fue subiendo al auto primero, luego al techo del kiosco y de allí pudo comenzar a trepar por las ramas. Estaba seguro que si subía bien alto los podría ver y si ellos lo veían volverían de una vez, porque los extrañaba mucho.
No le creía a la abuela de que no fueran a volver, si lo querían mucho, no lo iban a dejar solo. Mirando hacia arriba entre las ramas de la copa el sol iluminaba fuerte y subió mas porque todavía no los lograba ver. Y subió y subió y subió, cada vez con mas dificultad porque las ramas eran mas finitas.
Le pareció sentir unos ladridos que le resultaban conocidos, ladridos persistentes y muy chillones. Miro hacia abajo y vio a Mandinga chiquitito, parado con las patas delanteras apoyadas en el árbol ladra que te ladra mirándolo. El perro lo había olfateado y era el único que lo veía. En eso vio salir a abuelita apurada de la puerta de los apartamentos mirando para todos lados, ¡que chiquita se veía desde allí! – estaba tan alto que apenas sentía los ladridos entre todo el ruido de la calle. Lastima que no podía ver a papá ni a mamá porque el sol lo encandilaba cuando miraba para arriba.
Pudo sentir los gritos de la abuela, esa voz si la conocía. Cuando volvió a mirar para abajo vio que una cantidad de gente se amontonaba alrededor del árbol y lo señalaban,.
Tanta gente que había y papá y mamá no estaban allí. Que lindos esos camiones rojos que llegaron y de ellos salieron una cantidad de señores con uniformes. ¡Y que escalera grandísima!, ¡que grande que es! parece un gusano que se va desenrollando y crece y crece subiendo. Le dio miedo verla acercarse y al moverse se le resbalo uno de los zapatos porque la rama es muy finita, pero él se agarro fuerte del tronco. Un murmullo llegó desde la calle y le dio miedo otra vez.
No había tenido miedo. Estaba muy triste y extrañaba a sus papás pero no había tenido miedo, aunque ahora mirando todo desde tan arriba se estaba asustando un poco y estaba mareado, las cosas le daban vueltas y la escalera gusano ya casi llegaba y le tenia miedo. Un hombre subía apurado por ella.
Justo allí sintió la mano de mamá que lo arropaba apretándolo contra su cuerpo dándole calor y el fuerte abrazo de papá que lo sostenía con fuerza mientras besaba sus cabeza y le pedía que se agarrara fuerte.
Se despertó en su dormitorio, abuelita tenia los ojos muy rojos y lo acariciaba cariñosa, y el abuelito lo miraba desde los pies de la cama, con lágrimas en los ojos. No entendía por que estaban tan tristes y les preguntó.
"Porque nos asustaste mucho, Juan Martín, subiste tan alto en ese árbol... por suerte los bomberos te lograron agarrar. Mi vida, no lo hagas mas por el amor de Dios, estamos viejos para tantos sustos. ¿Sabés que el Mandinguita fue el que te descubrió, cachorrito divino? Si no fuera por ese perrito no se que hubiera pasado..."
Entonces Juan Martín les dijo que se había subido al árbol grandote para ir bien alto a buscarlos, que tenían que esta por allí, estaba seguro, le contó a los abuelos que le había parecido verlos entre la luz y hasta sintió que lo agarraban. Cuando le pregunto a la abuelita si estaba segura de que no iban a volver mas ella se puso tan tan triste que le dio mucha lastima y la apretó fuerte y le dio un gran beso. "No estés triste abuelita, que seguro que pronto están de nuevo con nosotros, ya vas a ver", le dijo porque le daba lástima verla asi.
Mandinguita se había subido a la cama y de tanto lengüetazo le había mojado toda la cara. ¿Como estarían Superman y Ballenita? , le dijo a los abuelos que los iba a mirar a la pecera y la abuela sonriendo lo miró bien fijo y le dijo: "Vaya mi amor, ellos están aquí, en vos, mi querido."
Él no entendió lo que quiso decir abuelita, pero estaba acostumbrado a que los viejitos le dijeran cosas raras. Fue corriendo a la pecera a ver sus amigos..

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