martes, febrero 20, 2007


Calle cerrada. ( O el puto destino.)



Pateó con bronca la lata de refresco vacía que cayó lejos rebotando con ruido metálico y continuo rodando por la bajada de la calle, volvió a mirar de reojo los dos elementos que estaban en la esquina -no le parecieron peligrosos o al menos no más que lo normal – y empujó el carrito de madera con la carga de cartones y papel que había podido conseguir esa día, arriba del cantero. Tuvo que jalar con fuerza porque los pequeños rulemanes se habían trabado en un hueco del hormigón. Por fin se acomodó en una de las esquinas de la plaza publica, bajo la anacahuita gigante –vieja amiga- en el mismo lado de siempre, su preferido, donde las raíces sobresalían un poco y brindaban una especie de almohada natural. Acomodó la cabecera de su improvisada
cama portátil y desarmable – una bolsa de nylon con un impreso:
"This side up" rellena de trapos viejos – estiró la gran caja de cartón plegada donde rezaba: "G.E. Refrigerador-Frío seco 24 pies cúbicos", una inmensa flecha gruesa y negra señalaba supuestamente para "arriba" y mas abajo la advertencia en grandes letras: "Frágil". Se sentó en el medio de la flecha - hoy apuntaba a la cabecera - y antes de recostarse saco una petaca de whisky Chivas Reagal rellena con alcohol rectificado curado con alpiste que acababa de comprar en la farmacia, dio un trago pequeño, degustó con la lengua y tragó, terminando la secuencia con un carraspeo seguido de tos seca productor de un grueso gargajo que la escupida hizo volar mas de un metro en parábola yendo a caer entre las hermosas flores multicolores del cantero próximo.
Pensó en armar un cigarro, los dedos completamente marrones incluso comenzaron a recorrer el camino hacia el bolsillo pero desistió, estaba cansado. Suspiró profundamente, luego aproximó mas el carrito hacia el tronco del árbol por seguridad, noto que el olor a orines secos común en ese lugar estaba menos fuerte que en otras ocasiones – aunque su nariz no hacia distingos, prácticamente ya no lo olía – y por fin apoyó la cabeza. Tapó las piernas por si llovía con una caja multicolor de grueso compensado donde sobre una foto de computadora se leía "Notebook 14. Full screen. Handle with care. Made in Taiwan", y por fin se cubrió completamente con una cobija que pedía a gritos su sacrificio por el fuego para dejar de sufrir su suciedad y exorcizar a la vez la inmensa colonia de parásitos demoníacos que sufría como penitencia. Pero esa noche no iba a llover. Durante mas de una hora quedo mirando las estrellas entre las ramas de la anacahuita gigante, fijó la mirada en ellas, en su vaivén con la brisa de la madrugada, los párpados los sentía mas pesados y dejando ir los pensamientos comenzaron a desaparecer los ruidos del tránsito, el parloteo de los tipos de la esquina y el ruido de las olas que eternamente murmuraban a lo lejos aseguraba que el río estaba bravo y enojado. La rompiente se sentía clarito aumentada por la humedad de esa noche otoñal. No podía conciliar el sueño, Susana dormía profundamente a su lado con un ronquido intermitente y la boca entreabierta, como siempre, ya de chica venia arrastrando ese problema de las vegetaciones que nunca había decidido operar, realmente la envidiaba. Él se daba vueltas y vueltas y no podía dormir. Fue a tomarse un buen vaso de leche tibia con azúcar que generalmente le ayudaba a dormir. Al pasar hacia la cocina miro desde la puerta del cuarto de los botijas y con el resplandor de la luna vio a los mellizos bien dormidos, rodeados de sus juguetes. Sonriendo satisfecho siguió su camino y casi se cae al piso porque el Boby se cruzó moviéndole la cola y tirando lambetazos, pidiéndole mimos como siempre, en voz baja le dijo que se quedara "quieto perrito de mierda", le juró que lo denunciaría a la perrera por el delito de soborno y por fin se rindió a los pedidos del foxterrier dándole una buena bola de carne picada, con esto logro que el bichito se quedara quieto al menos un momento. Mientras preparaba la leche el ¡miauuuuu! Imperativo y cadencioso del Morris le avisó que tenia otro amigo mas para el "tentempié" de la madrugada. Vencido, sin discutir repartió en dos platitos un poco de leche y con eso entretuvo las fieras. Encontró una margarita de dulce de leche - uno de sus bizcochos preferidos – abandonada en la panera y decidió terminar con su soledad dándole cobijo en su estomago junto con la leche. Quiso mirar diario del día anterior pero había dejado los lentes en la mesa de luz. Desistió. Bostezando calzó las chinelas y volvió a la cama. Al acostarse con cuidado para no despertar a la jefa la vio ahora de costado, ya no roncaba, sus hermosas curvas lo atraparon y las piernas semi destapadas le revolvieron la testosterona comenzando a excitarse solo de mirarla. En un arranque de "voyerismo" levanto un poco mas la sábana de las piernas y disfruto la visión pensando: "Que pelotudo jeropa de mierda haciéndote la cabeza solo, si la despertás ahora te degüella" y la volvió a tapar acurrucándose a su lado despacito. Pese a todos los problemas , haciendo un balance general su vida era buena, tenia a su familia, su casa, su trabajo sus deudas... ¡y cuantas deudas y que difícil todo! por eso hacía tiempo no podía dormir, le daban vuelta las boletas y los números y las posibilidades laborales y el recorrido que tendría que hacer mañana y asi pasaban los minutos mirando fijamente el techo, se le iban las noche fijando la vista en las ramas de los pinos y sus sombras moviéndose y moviéndose al viento viendo entre ellas las estrellas y a lo lejos las luces del mismo avión de siempre que levantaba vuelo – "deben ser las tres de la matina ya" pensó – porque siempre decolaba a esa hora y pasaba por arriba de la casa. La falta de buen descanso lo hacía estar medio tarambana todo el día. El vaivén de las sombras y el ronroneo de la rompiente del río comenzaron a sumar efecto con el estomago calentito, le entro una modorra agradable y el ruido de una frenada lo sobresaltó sacándolo de ese limbo indefinido donde por unos segundos no podemos diferenciar entre sueño y realidad, trayéndolo abruptamente a su hoy marginado. Miro hacia la esquina de la plaza y alcanzó a sentir las puteadas que se dieron los involucrados – un taxista y un camionero - pero sin consecuencias, no llegaron a chocar. El camión era de la misma marca y año que el que él había tenido años atrás, cuando dejaba la vida en las calles con el reparto, cuando todo era distinto, cuando salían los fines de semana a descansar con la familia, de la misma marca y año con el que tuvieron el maldito accidente.


La nueva rutina. (O toda una vida tapando agujeros.)

No tenia ni idea de lo que se le venia.
Cuando el humilde sereno de la fábrica llego a la cantina como todas las noches, no esperaba la increíble noticia.
El mozo se acerco al veterano con una sonrisa inmensa y le dijo a los gritos sin preámbulos:
"¡Lo sacamos loco, lo sacamos!... ¿pero nadie te había dicho?... ¡¡le pegamos al gordo de fin de año con el colectivo, ñato, le pegamos!! ¿sabes cuanto nos toca a cada uno?...¡¡mas de cuatrocientos mil verdes, mas de cuatrocientos chalas verdes!! pero... ¡me entendiste o no me entendiste, loco,! ¿no vas a decir nada?"

El obrero gastronómico estaba eufórico.
Y el pobre hombre acostumbrado a una vida de privaciones, a permanentes cenas de mínimo costo si tenía los pocos pesos necesarios y de no tenerlos al mate, engañador del hambre y fiel compañero del humilde, parecía como adormilado.
Es que estaba confundido por la noticia inmensa, obnubilado por algo que no podía entender completamente, incapáz de asumir así, de golpe, algo que cambiaba todo, que pateaba el tablero de su existencia. Quedó repitiendo en voz baja:
"¿Lo sacamos?... ¿el gordo de fin de año?... ¿vos no me estas jodiendo, negrito?" y en un empuje de liberación dijo casi gritando: ¡LO PARIO!, quedo pensando unos segundos nuevamente y siguió:
"Entonces sabes que: hoy no me traigas las croquetas de siempre ni el vasito de agua, no. Hoy... hoy... que joder, ¡¡HOY TRAEME EL PLATO DEL DÍA, TRAEME!! y un litro de cerveza... ¡si loco, si, UN-LI-TRO-DE-CER-VE-ZA! y hoy también... si, hoy si... postre traeme, traeme postre carajo, mirá...¡FLAN CON DULCE DE LECHE TRAEME CHE!, y te digo más negrito, te digo más... ¿sabes que? ¡TRAEME DOS!, ¡SI NEGRITO DOS TRAEME, DOS FLANES CON DULCE DE LECHE TRAEME, PA-RA-MI-SO-LO!, ¡que mierda!, traeme dos flanes con dulce de leche traeme, que total ahora somos ricos, somos... no lo puedo creer mi hermano, ¡que lo parió! ¡METIMOS EL GORDO DE FIN DE AÑO!, y quedo hablando para si mismo en voz bajita, los codos sobre la mesa, la mano derecha sosteniendo la quijada, acariciándose la cabeza de escaso pelo canoso con la izquierda, la espalda mas arqueada que de costumbre buscando apoyarse sobre la mesa redonda de cármica marrón y con la mirada fija en un viejo calendario grasiento del año pasado colgado en la pared:

"El gordo de fin de año... ¡pahhhhh!".


Ernesto y su sueño. (Segunda chance.)








Como todos los días, Ernesto esperó pacientemente el ómnibus en la parada de la esquina, y llegó a la hora prevista. Subió junto a otros ciudadanos apurados y como no iba muy lleno consiguió asiento sin dificultad. No era raro el tener que ir todo el viaje parado. Pero ese día le toco comodidad. Miraba a través del vidrio empañado los mismos paisajes de siempre, ese auto abandonado desde hacía años en el terreno baldío, la ancianita barriendo la vereda, año tras año mas encorvada, los niños entrando en la escuela en el turno matutino con ese bullicio de vida que siempre le encantaba, todo rutinario, todo lo mismo, en cierto sentido agobiante por lo previsible.


En ocasiones jugaba con las posibilidades, una especie de juego de premoniciones, como suponer que cuando subiera la señora grandota, que sospechaba era enfermera porque siempre se bajaba en la parada del Hospital Central, la que permanentemente lo tomaba en la esquina de la rotonda del boulevard, y como estaba amenazando lluvia se apostó a si mismo que estaría con la gabardina celeste que acostumbraba utilizar, y en ese juego interno esperaba con ansias la llegada a ese lugar. La miraba y si, había acertado, ella subía con la gabardina celeste. Punto a favor. Y como el invierno ya estaba ocupando sus espacios de tiempo, era casi seguro que el viejito iba a estar en la plaza como siempre cuando el colectivo la rodeara en su trayecto diario. Y el nono llevaba su mascota a que hiciera sus necesidades – un perrito raza Crica (Criollo-callejero), tan viejo o mas, que su dueño y por lo que se podía apreciar, prácticamente un hijo mas para ese anciano solitario – Pensaba: ¿con que abrigo estaría hoy la mascota?. Apostó todas las fichas neuronales al viejo abrigo rojo que le concia de varios inviernos, no creía que ese día tan gris el viejo le fuera a poner el azul marino que era muy triste, pero perdió feo, porque cuando los vio al doblar en la plaza, el animalito mimado estaba estrenando un abrigo verde y blanco que le era desconocido. Punto en contra.

Y en esos juegos mentales internos dejaba correr los cuarenta y cinco minutos de trayecto, hasta llegar a la rutina de la oficina, al stress, los gritos, los apuros durante ocho horas. Y luego el retorno, ya noche en esta época del año, viendo los conocidos paisajes para volver al entorno familiar con todos sus matices de gris de familia grande. Algo le llamo la atención. La radio del chofer estaba muy alta –como siempre- y aunque prácticamente no había escuchado nada de la emisión, ensimismado como estaba en sus pensamientos, notó que repetidamente se escuchaban a los Beatles, los Animals, y antiguos éxitos de los Rollings Stones.

Se dio cuenta que hacía rato no sentía música actual, pero seguramente era un programa de esos de remake, de inolvidables, especializado en música de los setentas. Janis Joplin gritaba como un ángel a capela la canción del Mercedes Benz, y el genial Jimmi Hendrix llenaba el ambiente con su "Niebla Púrpura". ¡Que programa excelente!, casi se para para preguntarle al conductor que estación era, pero decidió quedarse en su asiento y escuchar atentamente esperando sentir la mención de la estación.

Luego de varios éxitos de los sesentas y setentas, y cuando Joe Cocker terminaba de hacerle parar los pelos con su vozarrón, la voz del locutor informaba que se estaban calculando concurrirían mas de trescientos mil personas al próximo concierto que se efectuaría en una granja en Wookstok, en los EEUU. Refería el del micrófono que concurrirían los mas destacados grupos y solistas del momento y luego de varias apreciaciones del evento a realizarse, el inconfundible estilo de Santana con su "Samba pa ti" llenó el colectivo. En la cabeza de Ernesto surgieron infinidad de interrogantes.

¿Por qué se estaba anunciando un evento que tenía mas de treinta años de efectuado?. Realmente era un programa muy especial, y le agradaba ese juego de retorno en el tiempo. Cerró entonces los ojos y se concentró en la música. Había disfrutado Woostock solo en el cine, pero igual... ¡como lo había disfrutado!. Que explosión de libertad fue ese concierto, en plena lucha contra la guerra de Vietnam y el militarismo asesino, las consignas de amor libre, el pandemonium de las drogas, el reino de las flores, el "no hagan la guerra, hagan el amor", los hippies... La radio comenzó una tanda publicitaria y escuchó incrédulo que se podía comprar un Volkswagen sedan 1600cc
del año cero kilómetro por solo 21350 pesos moneda nacional... que Richmond era el cigarrillo de tabaco rubio americano numero uno en preferencia por calidad y sabor... que una televisión Philips blanco y negro de 23 pulgadas la ofrecían como oferta a 2400 pesos en el London Paris... ya era demasiado, seguramente algo le cayó mal, le estaría por dar algo, al fin de cuentas cincuenta y tres años son muchos años y uno nunca sabe. Se puso nervioso.


Le faltaba el aire, y en búsqueda de oxígeno miro hacia atrás calculando cuanta gente tenia por delante para llegar a la puerta del medio del colectivo y allí noto que este ómnibus no tenia puerta al medio... Él juraba que si, pero no. Veía sin entender que en la parte de atrás el vehículo tenia una plataforma. Confundido miró atentamente todo lo que le rodeaba y vio que las ropas de los pasajeros no eran actuales, que un adolescente junto a él tenia unos pantalones Oxford exageradamente grandes en su parte inferior y el moreno sentado enfrente lucía orgulloso un impresionante look afro. La radio en ese momento terminaba de emitir "Píntalo de Negro" por los Rolings y Miriam Makiba comenzaba con el recordado: "...asiiiii pata pata, ecum-cum-cum-cum- cum-mel..., asiiii pata pata...".

Buscó con desesperación lugares conocidos a través de la ventana y al cruzar una calle vio un Policía dirigiendo el tránsito desde el medio de las calles subido en una pequeña tarima de madera, en las esquinas no habían semáforos. Y ahora el conductor estaba oculto en su pequeña cabina al frete a la izquierda del transporte. Parecía un viejo ACLO de la década de los 40s.

Al pasar entre dos edificios altos el juego de las sombras y la luz interior le permitieron ver borrosamente su cara en el vidrio. Esto lo dejó mas nervioso aun... ¡no tenía canas!. Al borde del ataque de nervios observó que una mujer tres filas de asientos mas adelante se arreglaba el rouge de sus labios con un pequeño espejito rectangular. Le pidió disculpas al mismo tiempo que tomándola de la muñeca doblaba el pequeño espejo hacia su cara. ¡Era él, pero.. pero... pero era su cara de veinteañero, su cara juvenil, esa que se le había perdido treinta años atrás... no entendía lo que le pasaba... esquivó el bolso de la señora que se defendía como una leona furiosa luego del ataque y logró calmarla pidiéndole repetidamente disculpas y convenciéndola de que se sentía mareado, con miedo de tener hepatitis, por eso la impetuosidad de verse la cara en el espejo. Logro calmarla al fin. A nadie podía decir la realidad porque lo internarían por demente. Se dijo a si mismo: "Debo estar soñando" y se dio un pellizcón que le hizo putear sonoramente. No, no soñaba... pero entonces... ¿era un sueño lo que creyó realidad?... ¿se habría dormido?... ¿no estaba casado y con hijas?, ¿no era Jefe de Contadores en ese Banco Oficial?... y su señora... ¿dónde estaba su señora?. ¿Había sido un sueño? ¡Pero que real, que real había sido!!.

Se levantó aturdido y fue hacia atrás para bajar. Otro pasajero le gritó que dejaba la guitarra...¿una guitarra?. Miró hacia el asiento y alli estaba, la vieja Gibson negra en su forro bordó. ¡Casi la deja, que abombado!, si la perdía se mataba. ¿Que hora sería? Miró su muñeca y el hermoso Orient semiautomático de agujas le indico las 8 y media de la noche. Se le estaba haciendo tarde, el ensayo en lo de Eduardo empezaba dentro de poco. Tomado del pasamanos se agachó y miró hacia fuera. Estaban llegando a la Avenida Agraciada, tenía que bajarse en la próxima.

Aún le parecía mentira haber tenido un sueño tan impactante. Y pensar que le parecía verdad que tenia cuatro hijas, todas mujeres... ¡y su señora, con que claridad veía su cara.! Y también mantenía la angustia de la muerte de su madre en el sueño y los viejos de la familia que no estaban, y él los extrañaba, y eso le producía una nostalgia profunda... ¡Lo que son los sueños!, pensaba, ¡que mezcla de alegrías, angustias, risas y tristeza! ¡Menos mal que había sido solo un sueño!. Chistó al guarda y este tiró de la cuerda avisando al conductor. Sonó la campanita.

Él no espero a que el transporte se detuviera, se colgó de los estribos de la plataforma y columpiándose en sentido inverso al de la aceleración quedó prácticamente parado al caer en la vereda. Mientras caminaba para el ensayo, notó que ese día tenía ganas de que este fuera rápido, y terminara pronto – desconociéndose, porque él siempre disfrutaba tanto de la música que casi siempre amanecían tocando y cuando volvía a la casa su madre ya se había ido a trabajar.

Pero ese día quería llegar temprano a ver la vieja, no sabia por que motivo, pero le habían asaltado unas ganas tremendas de verla ese día, antes que se fuera al laburo. Quería abrazarla, besarla, y después sacar a hacer el paseo nocturno a Rayito, ese querido cuzco bola de pelos que lo espera paciente para hacer sus meaditos en todos los árboles, arbustos, esquinas, ruedas de autos y piernas que tuvieran un ligero olor a algún hermano de la especia. Y a él normalmente le rompía las pelotas tener que salir con el bichito de noche, pero esta noche especial, por algún motivo que no entendía, esta noche estaba deseado recorrer su rutina familiar, recorrerla detalladamente, disfrutar cada repetido detalle, todos y cada uno de los detalles, disfrutar cada olor conocido, cada rincón, todos despacito y a conciencia. Seguía sin entender por que era que se sentía así, pero hoy el hastío se labia perdido en algún sitio y deseaba literalmente devorar esa su rutina de todos los días...


La ascensión de Carolinio Nervión (Con las disculpas del caso a Bertold Brech ante cualquier posible similitud).

La mujer lo tenia harto.
"¡Están llenos de piojos, llenos de liéndres!, ¿qué voy a hacer, Carolinio?, ¡llenítos de liendres, Carolinio!"
Era de lo único que se hablaba en la casa de Nervión, y realmente estaba aburrido.

No era tanto los piojos, sino el revuelo.

Además él tenia claro que ni el queroseno, ni la tinta del pelo, ni los remedios habían podido contra los piojos.
Aguantaba los permanentes gritos de la mujer, los penetrantes llantos de los botijas, los curaba, pero en dos o tres días todo volvía a empezar. Y así venia la cosa desde hacia tiempo.
Hastiado, decidió profundizar en el tema. Fue a la escuela, discutió con la maestra, con el director, con los demás padres, y descubrió que nada lograba controlar los piojos. Tenia que encontrar una solución.
Alguien tenia que encontrarla.
Entonces, hombre decidido a encarar los problemas en forma drástica pero a la vez a su modo razonada, resolvió declarar el estado de guerra interna a los piojos en su casa. Y se lo declaro nomás.

"Medidas prontas de seguridad familiar", dijo.

Fue algo personal: o ellos (los piojos) o él (Carolinio), y como toda guerra necesita pertrechos, decidió juntar varios litros de queroseno, remedio especial en las farmacias, tinta de pelo, aguarrás. liquido matamoscas y jabón de lavar, mucho jabón del que tiene soda, del bueno.

No podrían entrar a la casa asi como asi, por lo que dio ordenes internas, que llamo Comunicados.
COMUNICADO 1: (Para el día)
El que fuese a ingresar al domicilio debía:
a) detenerse en la parte externa de este,
b) dejar en el suelo las pertenencias y
c) agachar la cabeza hacia el que le recibía.
d) el "recibidor" debía proceder a examinar, meticulosamente el cuero cabelludo, antes de dar el visto bueno y permitir el ingreso.

En realidad solo en los primeros fue a ojo, porque la ruptura de las líneas de defensa por dos o tres piojos quintacolumnistas le hicieron dar nuevas ordenes: La d) cambió de "examinar" a: "revisión con lupa", y
se anexó la e): al menos tres pasadas de peine entrefino para descartar liendres y bichos encubiertos.
COMUNICADO 2: (Para la noche)
a) detenerse en la puerta,
b) esperar a que fuesen prendidas todas las luces externas de la casa,
c) continuar con las mismas rutinas que de día.

De encontrarse bichos se procedía según el

COMUNICADO 3: (Positividad de parásitos)
a) entrar por el jardín hacia el galponcito del fondo,
b) dejar allí al sujeto en cuestión para una especie de
cuarentena rápida, aplicando inmediatamente el

COMUNICADO 4: (Sobre los tratamientos básicos)
a) limpieza a fondo con queroseno,
b) limpieza con abundante agua para evitar intoxicación del portador,
c) limpieza persistente con el producto químico de
farmacia, dejando media hora hacer efecto,
d) lavar con abundante agua el cuero cabelludo,
c) nueva revisión con lupa y
e) triple pasada de peine entrefino.

Si se encontraba otro bichito o una liendre se repetían los pasos otra vez. Cuando todo daba negativo, se podía reintegrar a la vida normal.

Y esto fue desde el principio para los botijas, luego para los botijas y la mujer, luego para los botijas, la mujer, los amigos de los botijas, los amigos de la mujer, los vecinos, los parientes y por supuesto para los vendedores, proveedores, etc. cumpliendose entonces en todo el asentamiento. Medidas muy drásticas pero que dieron sus frutos.

Al poco tiempo fueron los únicos del vecindario que no tenían piojos, lo raleado de los pelos de todos los integrantes de la familia de Carolinio mostraban lo radical del método.

Pero efectivo.
Algunas madres les contaron a sus esposos, estos a sus amigos y al cabo de un tiempo fueron a lo de Nervión a pedir consejo y enseñanzas.

Todo el barrio siguió las ordenanzas de Carolinio y pese al asombro de los peluqueros al quedarse con manojos de pelos de los vecinos al peinarlos, la realidad era que entre un barrio de pelados y la invasión de piojos, preferían los pelados.

Al terminar las clases, continuó la batalla y durante las vacaciones, variaciones de las Ordenanzas se tomaron en los domicilios particulares, clubes deportivos y sociales.

El nombre de Carolinio Nervión se convirtió en sinónimo de lucha implacable contra invasores solapados, con victoria segura y estos antecedentes hicieron que poco tiempo después un nuevo desafío llamase a Nervión a la acción.

Carolinio no paso de tercero de escuela. Trabajó desde muy pequeño por necesidad, sufrió muchas carencias no solamente económicas. Supo ser picapedrero, peón rural, mozo de boliche, entre otros oficios, sus luces no eran muchas, pero había aprendido de su padre – semianalfabeto y muy, muy bruto - a ser drástico, y considerar su lógica infalible. Su progenitor, cuando tenían una discusión le daba golpes hasta dejarlo medio desmayado. Solo allí paraba. En esa época Carolinio lo odiaba. Años después, lo recordaba con respeto.
"Él me enseñó a ser como soy", pensaba.
"Él me dio la seguridad del método", decía.

Resultado de los inmensos basurales generados por los seleccionadores de basura - que este era el oficio de la mayoría de los habitantes del barrio - las ratas se habían reproducido en cantidades asombrosas y tenían un tamaño espectacular. Hermosas ratas. Peligrosas ratas. Ni los gatos mas fornidos podían con ellas.

Una noche mordieron un bebé en su cuna.
La indignación fue general.

Una cosa trajo la otra y en el boliche hicieron el paralelismo entre piojos y ratas, y fueron a buscar a Carolinio.

Este lo tomo nuevamente como algo personal.
Organizo al barrio por calles.
Para cada cuadra un Jefe, para cada manzana otro Jefe.
Todos los jefes de cuadra respondían a su Jefe de Manzana y estos a dos Jefes Zonales, el de "acá" y el de "aya", según la orilla en que se encontraran, del arroyo de turbias aguas que dividía el barrio.
Estos dos jefes directamente a Carolinio, con quien formaban el
Comando Mayor.

Hicieron trampas, consiguieron gasolina, queroseno, los que pudieron aportaron matagatos o escopetas, por supuesto veneno para ratas de todo tipo, donado por los almaceneros, llamados a colaborar con esta acción cívica.

Los dueños de una barraca de granos cercana también hicieron su aporte patriótico y desinteresado. (En realidad semi-desinteresado porque realmente eran grandes los estragos que sufrían por las ratas, y las empresas exterminadoras de plagas eran mucho mas caras que las donaciones efectuadas.)
Se hicieron brigadas voluntarias, todos aportaron su trabajo.

A proposición de otro vecino - proposición puesta previamente a la valoración de Carolinio y aprobada por este - se hizo un mapa grosero del barrio, que constaba del arroyo, las manzanas a sus lados y puntos rojos que indicaban los principales los túneles de las ratas.

El plan de ataque fue concienzudamente elaborado.
1) Veneno abundante en todas las bocas de túneles.
2) Valoración de resultados al día siguiente.
Junta en casa del almacenero para evaluar estadísticas de la acción y nuevo plan a seguir.

Resultados: Se contabilizaron 203 ratas adultas de variados tamaños muertas, 154 lauchitas o ratones menores o pichones de ratas muertos, 54 ratas adultas en agonía que fueron rematadas en el sitio, y como colaterales -ya que la acción no fue lo "quirúrgica" que se requería - amanecieron 35 gatos de los vecinos muertos y l4 en agonía que fueron despenados en el lugar, así como también 27 perros de diversos tamaños muertos o casi, también despenados.

Como colateral lamentable 3 niños preescolares y un escolar fueron intoxicados por el veneno y se derivaron al Hospital de Niños de la Ciudad.

Pese a todo, el balance fue positivo.

Los padres de los niños intoxicados concurrieron a la reunión y trasmitieron que estaban fuera de peligro y que pese al riesgo, aplaudían la medida, ya que el balance costo-beneficio era satisfactorio.

Se efectuó un gran asado y más de 50 litros del mejor tinto (almacén mediante), mas un cajón de whisky brasilero (barraqueros mediante), fue a parar a los alegres estómagos de los fraternos y unidos vecinos del barrio.

Una orden básica dada en la madrugada desde el Cuartel General de Carolinio indicaba en lo sustancial: "...que se juntara (sic) a los vecinos que en total estado de embriaguez se encontrasen tirados en los basurales cercanos o en el propio barrio, procediendo a llevarlos a sus domicilios establecidos".

Sabiamente la medida se fue postergando porque casi todos estaban en similar situación etílica y no había quien la pudiese cumplir. Nervion no supo nada porque se despertó a la tarde del día siguiente.

Lamentablemente sucedió una desgracia. Uno de los más consuetudinarios bebedores del barrio cayo en el arroyo luego del festejo. Amaneció frío, duro y mojado. La lucha tenia su primer mártir.

Esto, sumado a que pese a todo lo efectuado se volvieron a ver ratas vivas a la semana, decidió a Carolinio y su Estado Mayor a tomar medidas más drásticas, sumando a la reposición de los venenos, el derramar un tonel de 220 litros de gasolina en las bocas de los túneles. (El tonel habia sido sustraido por un "comando" de recolectores de los fondos de la destileria estatal de petroleo, muy cercana al asentamiento).

Luego se encargo al Tarta, hermano del dueño del ranchito más próximo al arroyo, a que tirara un fósforo en el lugar. (Dicen que esta fue una orden dada por el propio Carolinio, al parecer como venganza de viejas rencillas por faldas con el muchacho.)

Todos sospechaban cierta intencionalidad en el envío del Tarta a la vanguardia, nadie profundizaba en la cuestión, porque la calidad de líder del proceso de Carolinio Nervión no estaba en duda. (Además enemistarse con él podría generar ir uno mismo a la vanguardia en otra oportunidad).
El Tarta pese a que putió sonoramente cuando supo su misión, ante la mirada de dos "amigas" ocasionales, cedió a su machismo y dio su resuelto y sonoro: "¡S-s-s-si s-s-s-señor!".

Cumplió con valentía las órdenes. Sin dudar ni un momento se instaló al borde de la entrada mayor de los túneles, elegido entre las decenas de huecos previa deliberación de los Jefes de Cuadra y Manzana, los Zonales con sus militantes, junto con el propio Carolinio. Fue decisión unánime y altamente democrática, esa era la boca de túnel en que se debía iniciar el ataque.

Tensaba las fibras más patrióticas ver la movilización total del barrio, en especial al Tarta parado con el fosforito en la mano, frente al túnel previamente rellenado hasta la saciedad con gasolina por las Brigadas Móviles Barriales.
Firme en su sitio esperaba la orden que provendría del Comando de Campaña, que con Carolinio Nervion a la cabeza lo miraba desde una de las montañas más altas de basura. (Zona de coordinación y vigilancia, sabiamente alejada unos ciento cincuenta metros de la zona de acción.)

Previamente un operativo conjunto de los integrantes del barrio con el apoyo de voluntarios de los barrios vecinos había retirado de los ranchitos de lata más cercanos a los afligidos habitantes que patrióticamente cumplían a cabalidad las órdenes emanadas del Comando Central.

Las indicaciones del Supremo Comando General eran simples:
1) Prender el fósforo cuando le fuera indicado.
2) Depositarlo a la entrada de la cueva.
3) Rajar.

La idea era generar un incendio que acabara de una vez por todas con las desagradables ratas sobrevivientes.
El olor a mugre y basura en descomposición, clásicos de la vecindad se mezclaba con la pestilente pero familiar mezcla de olor a supergás de la refinería próxima y gas metano que aportaban las aguas podridas del arroyo divisor del predio invadido, lo nuevo era ver naciendo del piso como una marea incontenible, una especie de neblina, que les acercaba un olor cada vez mas acentuado a gasolina a los integrantes del Comando de Acción.
Estos a su vez estaban alejados del Comando Ejecutivo liderado por Nervion.

Uno de los integrantes del Comando de Acción se dio cuenta de lo que podía pasar, en el ultimo segundo, cuando comprobó que el olor a gasolina era muy fuerte y la neblina ya no dejaba ver los pies del Tarta. Intentó avisar al Comandante pero cuando se dio vuelta, solo alcanzo a ver la mano de este que bajaba, en señal de acción.

El Tarta prendió el fósforo pero no alcanzó a tirarlo porque la brutal explosión hizo desaparecer medio barrio y una impresionante llamarada dejo chamuscados a casi la totalidad de los vecinos.



Del Tarta encontraron solo las alpargatas humeantes cerca del hueco que quedo en la orilla del arroyo. Horas después, casualmente, una vecina que buscaba restos de su casilla, lo vio tirado entre los juncos, a 30 metros del lugar de los hechos. Milagrosamente estaba vivo. Totalmente chamuscado, semidesnudo y con quemaduras menores. Pero vivo.

Automáticamente se convirtió en otro héroe del barrio, y quedo curado. (En realidad se dieron cuenta de la cura un año después, porque durante doce meses quedo mudo de la impresión, pero al cumplirse un año de los acontecimientos se efectuaron grandes festejos con abundantes libaciones espirituosas. Unos pibes hicieron explotar una bomba brasilera junto al Tarta y del susto, pese a estar como siempre muy alcoholizado, comenzó a hablar nuevamente y sin tartamudear. Una impresión curó a la otra, decían los vecinos.)

Pero la jornada de la explosión fue histórica.
Del otro lado de la bahía, los habitantes de las barriadas pobres en la ciudad vieja disfrutaron de una inusual muestra de luces que resplandecían en el horizonte despejado de una tarde casi noche, reflejándose en el agua del puerto. Pasarían años antes de que se olvidaran de la "Explosión de Carolinio Nervion", como se le dio en llamar desde ese momento.

El balance posterior efectuado por el Comando Mayor fue muy significativo:
Ratas: numero desconocido de bajas, por mucho tiempo no se encontraron en el barrio.
Gatos y perros: numero desconocido de bajas, la mayoría de los restos carbonizados no permitía saber de que bicho se trataba.
Mula: una baja. (Luego se supo que estaba pastando a pocos metros del Tarta cuando este inicio el incendio y concluyeron que era la mula porque no la encontraban y los restos carbonizados eran demasiado grandes para ser de perro.)
Quemaduras menores en dos caballos y una yegua.
Sordera mas o menos acentuada en la mayoría de los vecinos por bastantes horas. (Los integrantes del Comité se entendían solo por gestos enseguida de la explosión.)

Destrucción total de viviendas precarias: l4 viviendas con perdida absoluta de las pertenencias.
Destrucción parcial en 35 mas con perdidas menores de pertenencias.
Rotura total de vidrios de las ventanas del almacén y de la barraca de granos.

Se generó un profundo hueco de mas de l0 metros de diámetro que posteriormente el agua de lluvia llenó y bautizaron como "El pozo del Tarta", utilizándolo para dar agua a los animales, ya que quedaba mas cerca que el arroyo. Los pocos árboles del barrio se convirtieron en palos carbonizados y ningún arbusto quedo para muestra.

Carolinio Nervion no se rindió ante los hechos, por el contrario, generó nuevos movimientos entre los vecinos. Reacondicionaron los terrenos, colaboraron para generar nuevos ranchitos de lata en las mejores montañas de basura tomando en cuenta el sur, por las lluvias en invierno y la vista hacia los lugares mas agradables del arroyo, previendo los vientos que se habían hecho menos olorosos por la limpieza drástica generada por la explosión. Los arbustos crecerían solos nuevamente y de a poco fueron replantando eucaliptos que uno de los mas destacados vecinos robaba de un vivero municipal cercano, los restos de basura se apagaron a las dos semanas y al año, cuando el Tarta recupero la voz, todo estaba parecido al principio.

De inicio muchos pensaron en linchar a Carolinio junto con su Estado Mayor, pero predominó la idea que no se habían hecho las cosas con mala intención.

Por el contrario, Carolinio era ahora conocido como el Gran Conductor y su obra agrandada, como generalmente sucede.

Tanto fue su arraigo, que poco tiempo después llegaron representantes de uno de los más viejos partidos políticos del país, rápidamente instalaron agua y electricidad en los terrenos invadidos, tramitaron prestamos hipotecarios para que pudiesen adquirir las tierras con condiciones muy favorables y a él en especial le propusieron ingresar a sus filas, dadas sus cualidades naturales de mando y convocatoria.

La arenga de los acaudalados doctores fue muy amplia y entreverada para los oídos de Nervion que no entendió mucho lo que decían, pero lo que le quedo clarito que querían que entrara al Partido como candidato, que debía escuchar los consejos de los doctores durante su gestión, que el sueldo era muy bueno, con muchos beneficios y duraba cinco años.

Todo eso a él, que estaba desocupado.
Carolinio dio el sí.
Se candidateó.
Y ganó.

Ya en las cámaras le informaron que un grupo de subversivos querían arruinar el orden básico de la nacionalidad y que las raíces propias y naturales de la patria estaban en peligro. Los elementos antisociales llevarían a los niños a lugares lejanos para que perdiesen la Orientalidad y un muro dividiría la ciudad.

Carolinio no entendió demasiado, pero se enojó y no dudó.

Era hombre de acción.
Lo tomo como algo personal.

Nació en ese instante su frase más célebre:

"Ya lo hemos hecho, sabemos como hacerlo, y lo volveremos a hacer."



Aftosa, la solución final.


¡Aftosa!, ¡aftosa!, el grito desgarraba.

Don Nepomucemo opinó lentamente: "¡Pa qué tanta matazón!, ¡pongan a yervir la leche y esta pronto!, si tuita la vida tuvimo"astosa".

"Puede tener contagio y hay que erradicar", el comisario Olegario estaba consustanciado con la seguridad pública.


"Vea, si usté erradica, yo lo capo -contestó mansamente Crisaldo Fuentes en forma explícita llevándose la mano a la faca – a usté, digo, porque la Margarita es como de la familia y a usté no le gustaría que le mataran alguien de la familia, ¿o si?, Comesario, ¿usté no haya.?"


"¡Pero esto es un asunto de la salú pública, carajo!", la voz del comisario sonó dubitativa.

"¡Bafangulo!,¡salutte pública la putana che los a parito. Voglio asessinare a tutti lo bicho a cuesto passo! – dijo clarito y en forma por demás elocuente y sin complejos Filippo Perini, dejando aflorar su sangre italiana por línea directa – Ma si nunca tuvimos que matare nesuno animalito per cuesta merda de astosa en tuti cuesti ani que io me conozco vivo, e alora vienen con la salúte pública. ¿Ma cossa sucesse con quello pitucones? ¡ba fan gulo con los negocios con los gringos so!, ¿de donde tanto problema por la pureza de la raza?... si nunca abiamo importato una merda e adesso nos matan tutti le bichi en forma ladina para favorecere quello millonario... ¡

"Vea comesario, usté manda matar una sola de mis vacas y atengase a las consecuencias, ¿sabe?". Ernestino Gambeta era el menor de los Gambeta y el mas decidido. Afirmó los dichos arreglándose la entrepierna con la mano izquierda, sin sacar la derecha de la empuñadura del facón.

"Entonces tendrá que venir el ejército, porque son órdenes del Señor Presidente de la República" – dijo el Juez del pueblo, apoyando la medida de limpieza, engominado personaje concuño del dueño del frigorífico mas grande del departamento, metido en negocios prósperos con el mercado norteamericano y que se venían a pique con el brote aftósico y continuó: "Porque con la salud pública no se juega, vaya sabiendo", aunque esto último dicho con voz dubitativa y ahora con ciertas ganas de rajar.

"Déjelo que venga nomás, que pa esos también tenemos, si no nos cree pregúntele a los descendientes de los de 1904, va a ver que recuerdos tristes les vienen a la memoria". El viejo Juan Manuel Aristesauriaga, veterano de la guerra civil de principios de siglo, sonrió complacido en la silla de ruedas al escuchar a su nieto, el Omar Ramiro, que le había salido bueno de ley y malo como un salado. Después Omar pegó una pitada profunda al tabaco armado, sin bajar en ningún momento la bota del alambrado de la portera, demostrando ninguna intención de abrirla.


El comisario agachó los hombros, entreverado entre las órdenes y los amigos porque él sentía que estos tenían la razón en el fondo, pero órdenes son órdenes y rumbió para la comisaría a informarle al Juez. Todo el tiempo se acordaba de Crisaldo Fuentes y la sentencia: "yo lo capo", de la bronca descomunal del tano, el "atengase a las consecuencias" de Ernestino, la presencia de Omar Ramiro Aristesauriaga firme con la bota en el alambrado...

Después que el Juez se enteró de la situación y conociendo él también perfectamente a los vecinos, se miraron y ambos se dieron la autorización tácita. Informarían a la superioridad que la estancia de Crisaldo, los campos del Tano y lo del viejo veterano de las tropas de Saravia estaban fuera de toda posibilidad de contagio asi que alli no se actuaría.

Mientras trasmitían estos datos los dos se tocaban mansamente la entrepierna acomodándose el calzoncillo. Casi como acariciando a una mascota para tranquilizarla.


El escuadrón del rifle sanitario llegó con inusitada violencia a los pagos en los que se había detectado el brote aftósico y no había forma de ocultarlo. Lo habían confirmado los doctores en la ciudad.


El Comandante a cargo Aristóteles Onasis Perez García, era drástico. Tenia la seguridad de las ordenes presidenciales directas. Tenia todo el poder, todas las armas y todas las autorizaciones. En esa acción se sentía casi un Dios, y no seria infiel a sus superiores, las órdenes eran dadas para cumplirlas, se debía detener el contagio a toda costa.


Llegando a la zona del brote aftósico, vieron doscientas reses pastando en un poblado y la orden fue directa. Apuntaron con las ametralladoras de grueso calibre y en pocos segundos quedaron todas prontas para un asado con plomo.

Comenzaba la limpieza.

Con el barullo unos ñanduces salieron corriendo. La orden para el francotirador del comando fue inmediata. Uno a uno fueron cayendo. "Bicho vivo puede contagiar" había dicho el Comandante luego de los comentarios del Médico, que se refería a bicho vacuno vivo, pero el Señor Comandante fue mas amplio de criterios: "Entiéndanlo bien subalternos: ¡cualquier bicho vivo puede contagiar!".

Las protestas y la rebeldía de los vecinos fueron rápidamente aplastadas. Uno de los oficiales aconsejó dialogar con ellos, pero fue detenido por incitador de amotinamiento y traición y puesto preso de inmediato a la espera de juicio militar.

Todo lo solucionaron allanando las viviendas y trasladando a todos los subversivos en camiones para un gimnasio en el pueblo mas cercano – la abuela Clota puteaba desde sus 87 años cuando la subían al camión incluso con la silla en la que la encontaron sentada, sin soltar el mate y el termo - y a los mas revoltosos con una sesión de ablandamiento a base de cachiporras y culata de fusil los dejaron convencidos. (O por lo menos no decían nada).


Una a una fueron cayendo las vacas, toros, terneros, ovejas, chanchos, caballos, perros, gatos, tatuses, zorrillos, teros y cuanto bicho que se cruzara en el camino de las fuerzas del orden y la seguridad publica en las campos de los campesinos.

"Bicho vivo, contagia" – el Comandante era inflexible, expeditivo y dogmático - Una voz repetia en su cabeza: "¡Las órdenes son para cumplirlas!".


Satisfechos de los resultados comenzaron a retirarse, cuando un sargento vio varias ratas saliendo despavoridas de un granero e informo inmediatamente a la superioridad.

Este a su superior y así hasta llegar a oídas de Aristóteles que sin dudar ni un instante – el futuro de la Patria estaba en juego - determinó dinamitar todas las casas en el perímetro condenado.

Dos días después todas las casas estaban destruidas así como los pocos bichos domésticos, que habían sobrevivido a la primera arremetida, y para mas seguridad descargaron veinte tanques de 220 litros con desinfectante en las ruinas.

Cuando estaba a punto de hacer la llamada al comando pasó un águila de bañado volando con un ratón silvestre en sus garras y se perdió en la espesura del monte natural a las orillas del arroyo.


Podía trasmitir la enfermedad comiendo bichos enfermos.

Pasaron todo el día siguiente quemando los bosques naturales, los pinares y eucaliptales de la zona en cuarentena. Política de tierra arrasada, hasta el pasto fue concienzudamente quemado y algunas bichos de costumbres nocturnas, ultimadas por francotiradores con lentes especiales de visión en la oscuridad.
Con su trabajo seguramente merecerían una medalla al mérito.

Ahora si, misión cumplida.

Comenzó a discar al comando cuando vio que una nutria se metía en la laguna nadando desesperada. Era demasiado. Llamo al comando aéreo porque como Jefe a cargo no podía permitirse ninguna posibilidad de equivocación en las órdenes. El Presidente en su discurso pronunciado en el Cuartel había sido enfático. "La Patria se juega la vida con el problema este de la aftosa".


Y él era patriota.

Bombardearon con NAPALM todos los arroyos, cañadas y lagunas del área de cuarentena y tiraron tóxicos donados por los camaradas de EEUU sobrantes de la guerra de Vietnam a todas las corrientes de agua de la zona.

Mirando con satisfacción la humareda que se elevaba de las aproximadamente quinientas hectáreas arrasadas, suspiró con satisfacción:
¡Ahora si, misión cumplida!.


Volvió contento al pueblo, pensaba dar cuenta a la superioridad del deber cumplido y dejar libres a los subversivos que intentaron no permitir que cumpliese sus órdenes. ¿Aftosa? Acá nunca mas aftosa.


"¿Si no se nada de la vacuna?, no, ¿que viene siendo eso, mi General?.


La pregunta fue hecha en el cuartel, una semana después, antes que lo dieran de baja de las FFAA.
En lo más alto







Hasta ese momento nadie lo había descubierto.

Los pies pequeñitos enfundados en sus medias blancas y zapatos deportivos se balanceaban mientras las manitas se asían fuertemente de la rama del viejo plátano en la avenida 18 de julio.
¿Como habría hecho para llegar tan alto?
Y si, es una pregunta lógica aunque no tiene respuesta, los seis años de Juan Martín no conocen limites ni fronteras, desde su atalaya observa la interminable columna de seres humanos caminando como hormigas por la vereda, tan acosados por sus propios problemas que ninguna acertó a ver al niño en lo alto del árbol, ¿no ha notado usted que mientras caminamos por la calle no miramos hacia arriba?
Estaba asombrado, porque él siempre miraba todo desde su altura de niño, siempre hacia arriba, pero ahora todo estaba muy lejos, muy abajo. Desde esa altura le recordaban cucarachitas y los gordos parecían sapitos. Pero él tenia que ir mas arriba todavía si quería lograr lo que estaba buscando, y siguió subiendo sin problemas puesto que su escaso peso no generaba problemas a las ramas del añoso árbol que le daban una sustentación perfecta, pese a que de a poco hacia lo alto, eran cada vez mas finas.

Siguió absorto disfrutando sus nuevas experiencias, ahora podía ver el señor que vendía los periódicos en la esquina, ¡como gritaba ese hombre!, todo el día grita que te grita y los jóvenes que daban papeles a los que pasaban... ¿qué les estarían regalando? y pasaron dos monjas esas tan amigas de la abuela, desde ahí arriba parecían dos pingüinos de esos que veía en la televisión – el recuerdo le dio una risa nerviosa – atrás de las monjas vio como una madre muy enojada llevaba a los tirones a un niño de su edad que lloraba
desconsoladamente – pensó: ¡Que mala esa mamá!, la mía nunca me hizo eso – dos señores de pelo tan blanco como el del abuelo pasaron discutiendo y discutiendo y de pronto se paraban para mirarse y seguían discutiendo y gesticulando con los brazos como dos monos del zoológico para luego seguir unos metros y volver a pararse y seguir moviendo los brazos, eran muy cómicos esos viejitos. El mundo pasaba bajo sus pies y todo le llamaba la atención.

Alcanzó a ver a dos amiguitos de la escuela – Ernestito y su hermana mayor – los dos de túnica y moña azul, prendidos de la mano de la madre que los acababa de ir a buscar a la escuela. Él no había ido ese día - lo lamentaba, aunque estudiar lo aburría, pero el juego con los otros niños le gustaba. Ese día como la semana pasada no lo llevaron y en su viejo apartamento se aburría porque solo podía jugar con su perrito Mandinga – así la había puesto papá – y su gatita Samantha – ese nombre fue idea de mamá– y también jugaba con sus peces, los que tenia en la pecera que el abuelo y la abuela le regalaron en su cumpleaños. Allí nadaba Superman, un hermoso pez tropical que de costado parecía grandote grandote y estaba lleno de rayas blancas y negras y de repente te miraba de frente quedaba finito finito finito...¡pahh! le encantaba Superman, y también adoraba a Ballenita, el otro pecesito gordote, regordete, cachetón, de largas aletas y cola velamentosa. Ballenita tenia unos ojos saltones resimpáticos y esa bocota chupando agua permanentemente parecía que le estaba mandando un mensaje especial para él solo, pero no podía entenderlo.
Le hubiera gustado tener hermanos, porque ser hijo único tenia esa contra de estar solo, los hermanos mayores pueden entender lo que dicen los bichitos, pero él no. Después tenia otros peces pero no eran tan suyos y el que mas le llamaba la atención era uno al que le decían "Vieja de agua", de panza chata y largos bigotes que siempre se arrastraba en el fondo y otros rarísimos finitos y transparentes a los que les podía ver todo lo que tenían dentro del cuerpo si los miraba a contraluz, eran rápidos como flechas, pero nunca chocaban.
Extrañaba los peces y a Mandinga y Samantha pero estaba aburrido en el apartamento y estaba triste. Habían pasado muchos días y no aguantaba las conversaciones del abuelo y los besos pegajosos de la abuela, además ellos estaban muy angustiados y él precisaba alegría. Lo que más extrañaba era a mamá y papá que hacia muchos días que no volvían a casa.
Al parecer iba a venir una tía que vivía en otro país que se llama Buenos Aires para llevarlo a pasar uno tiempo con ellos, pero él quería ver a mamá. Cuando le preguntaba al abuelo le decía que estaban de viaje y cuando le pregunto a la abuela ella se puso a llorar y al final le dijo que estaban en el cielo. ¿El cielo? ¿Y que es el cielo? ¿Y donde esta el cielo? Y la abuela le dijo que allí estaban todos los eran muy buenos y quedaba muy arriba, bien alto y señalo para el techo. Entonces le dijeron que papá y mamá no iban a venir mas a casa.
Por eso cuando vio la puerta entreabierta decidió salir a buscarlos y de a poco fue subiendo al auto primero, luego al techo del kiosco y de allí pudo comenzar a trepar por las ramas. Estaba seguro que si subía bien alto los podría ver y si ellos lo veían volverían de una vez, porque los extrañaba mucho.
No le creía a la abuela de que no fueran a volver, si lo querían mucho, no lo iban a dejar solo. Mirando hacia arriba entre las ramas de la copa el sol iluminaba fuerte y subió mas porque todavía no los lograba ver. Y subió y subió y subió, cada vez con mas dificultad porque las ramas eran mas finitas.
Le pareció sentir unos ladridos que le resultaban conocidos, ladridos persistentes y muy chillones. Miro hacia abajo y vio a Mandinga chiquitito, parado con las patas delanteras apoyadas en el árbol ladra que te ladra mirándolo. El perro lo había olfateado y era el único que lo veía. En eso vio salir a abuelita apurada de la puerta de los apartamentos mirando para todos lados, ¡que chiquita se veía desde allí! – estaba tan alto que apenas sentía los ladridos entre todo el ruido de la calle. Lastima que no podía ver a papá ni a mamá porque el sol lo encandilaba cuando miraba para arriba.
Pudo sentir los gritos de la abuela, esa voz si la conocía. Cuando volvió a mirar para abajo vio que una cantidad de gente se amontonaba alrededor del árbol y lo señalaban,.
Tanta gente que había y papá y mamá no estaban allí. Que lindos esos camiones rojos que llegaron y de ellos salieron una cantidad de señores con uniformes. ¡Y que escalera grandísima!, ¡que grande que es! parece un gusano que se va desenrollando y crece y crece subiendo. Le dio miedo verla acercarse y al moverse se le resbalo uno de los zapatos porque la rama es muy finita, pero él se agarro fuerte del tronco. Un murmullo llegó desde la calle y le dio miedo otra vez.
No había tenido miedo. Estaba muy triste y extrañaba a sus papás pero no había tenido miedo, aunque ahora mirando todo desde tan arriba se estaba asustando un poco y estaba mareado, las cosas le daban vueltas y la escalera gusano ya casi llegaba y le tenia miedo. Un hombre subía apurado por ella.
Justo allí sintió la mano de mamá que lo arropaba apretándolo contra su cuerpo dándole calor y el fuerte abrazo de papá que lo sostenía con fuerza mientras besaba sus cabeza y le pedía que se agarrara fuerte.
Se despertó en su dormitorio, abuelita tenia los ojos muy rojos y lo acariciaba cariñosa, y el abuelito lo miraba desde los pies de la cama, con lágrimas en los ojos. No entendía por que estaban tan tristes y les preguntó.
"Porque nos asustaste mucho, Juan Martín, subiste tan alto en ese árbol... por suerte los bomberos te lograron agarrar. Mi vida, no lo hagas mas por el amor de Dios, estamos viejos para tantos sustos. ¿Sabés que el Mandinguita fue el que te descubrió, cachorrito divino? Si no fuera por ese perrito no se que hubiera pasado..."
Entonces Juan Martín les dijo que se había subido al árbol grandote para ir bien alto a buscarlos, que tenían que esta por allí, estaba seguro, le contó a los abuelos que le había parecido verlos entre la luz y hasta sintió que lo agarraban. Cuando le pregunto a la abuelita si estaba segura de que no iban a volver mas ella se puso tan tan triste que le dio mucha lastima y la apretó fuerte y le dio un gran beso. "No estés triste abuelita, que seguro que pronto están de nuevo con nosotros, ya vas a ver", le dijo porque le daba lástima verla asi.
Mandinguita se había subido a la cama y de tanto lengüetazo le había mojado toda la cara. ¿Como estarían Superman y Ballenita? , le dijo a los abuelos que los iba a mirar a la pecera y la abuela sonriendo lo miró bien fijo y le dijo: "Vaya mi amor, ellos están aquí, en vos, mi querido."
Él no entendió lo que quiso decir abuelita, pero estaba acostumbrado a que los viejitos le dijeran cosas raras. Fue corriendo a la pecera a ver sus amigos..

Ayer, hoy y mañana


Ayer, hoy y mañana.








No creía lo que veía. La menor de las Arrospide, Cristinita, con la que jugamos tanto de chicos, con la que enloquecíamos a las maestras, aquella amiga entrañable de mis lejanas épocas de niñez e incipiente adolescencia estaba otra vez frente a mi, el destino nos había juntado a la entrada de un teatro en la ciudad vieja.

Nos habíamos dejado de ver muy jóvenes, cuando mis padres se vinieron para Montevideo y su familia quedó en nuestro Salto natal. Luego – y que bien lo recordaba - nos encontramos de pura casualidad cuando apenas pasábamos los veinte años, una vez, una sola vez, en plena dictadura, después de una pintada contra los fascistas.

Había sido una sola noche pero quedó marcada a fuego en mi recuerdo para siempre. Fue un encuentro con un amigo en un boliche del centro. Él vino acompañado con la novia y una amiga. La amiga era Cristina. Realmente nos conocimos cuando estabamos frente a frente sentados en la mesa del café. Allí empezaron las sospechas.

" Tu cara me es tan familiar, dijiste, ¿vos no sos... Carlos?" – la sorpresa era mutua - "¿Cristinita?... no puede ser, ¡Cristina Arrospide!, ¿sos vos?, ¿y dónde esta la rubia de trenzas, aquella con la que jugábamos a las escondidas, la de pecas y cachetes colorados?" – y la confirmación - "Si, soy yo, la rubia creció, Carlos, los años pasan". Y siguieron los recuerdos en avalancha.

Eran tiempos duros, de plomo, por eso no pudimos permitirnos mucho tiempo, quedamos en vernos, me diste tu teléfono y yo prometí llamarte, pero vino la cárcel, el exilio, la separación y otra vez dejamos de vernos, hasta ahora.

Habían pasado casi treinta años más, pero el reencuentro renovó las picardías de aquellos tiempos. Seguramente también ella recordaba cada detalle en esa especie de carrusel mental que tenía los engranajes oxidados y que ahora el reencuentro lubricaba, haciéndolos girar incansablemente, generando imágenes tan queridas, desempolvando los recuerdos olvidados, girando y girando sin parar.

Concordamos que este encuentro no podía ser casual, tendría un motivo, del hoy y del nosotros a los lugares conocidos y los que tenemos por conocer y por la necesidad de recomponer nuestras existencias y como se nos fueron nuestros viejos y los pibes que han volado y hecho nidos propios y la soledad que nos avanza y como es feo sentirnos solos y este soplo de vida, de aire fresco el estar otra vez juntos, que de tan chicos nos hacía tan felices y que de jóvenes la vida no nos había permitido disfrutar mejor, y, y...

Por eso estamos ahora reviviendo. Ahora parece que siguiésemos jugando desde nuestra madurez con la vida, enloqueciendo ya no a profesores y maestros y si a los hijos, las hijas y los nietos. Nadamos en un mar de coincidencias, empapándonos en todo lo que antes no podíamos reconocer, lo que antes no sabíamos.

Por fin dejamos de lado el Teatro y nos fuimos al mismo boliche, ese en el que nos habíamos reencontrado aquella noche, lejano 1974, otoño, un día de frío húmedo que avisaba la proximidad del invierno. Buscamos instintivamente la misma mesa, sin haberlo programado.

Caballero, separé la silla y vos dijiste: "Me parece un "deja vú" de los franceses", porque era la misma silla y yo, casi tres décadas mas joven, también supe repetir ese movimiento. Ella no lo había olvidado.

"Fue cerveza...¿no es cierto?" - dije mirándola fijo, repasando que aunque los años habían pasado para los dos, esos ojos caramelo tenían la misma, exactamente la misma mirada de aquel tiempo - "Si – aseguré canchero sin esperar la contestación – estoy bien seguro que los dos tomamos cerveza."

"Doble Uruguaya – dijiste enseguida – aquella de botella barrigona, ¿no te acordás? y vos pediste un sandwiche caliente y yo..." "¡Pizza... vos pizza, dos porciones de pizza con fainá!, como no me voy a acordar - retruqué retomando la iniciativa en los recuerdos – si me llamó la atención la cantidad de pimienta que le pusiste, casi estornudo de mirarte" – terminé entre risas - "Por el frío, la pimienta por el frío, me encanta ponerle mucha pimienta a la pizza a caballo y ese día hacia un frío increíble... mira como te acordabas... y yo puedo decirte que cuando llegaste, la primera vez que te vi traías puesta una boina como el Che, que te quedaba hermosa. Eras tan guapo, alto, elegante..."

"Y tenía un susto impresionante – le confesé – los milicos habían estado a punto de agarrarnos con cantidad de publicidad y unos crayones negros que me ensuciaron las manos". "Me acuerdo – dijiste entrecerrando los ojos- las tenías negras del carbón, estabas todo sucio... ¡que días tan feos nos tocó vivir!, mas vale ni acordarse de eso." Bajaste la mirada y la dejaste fija en la mesa, como presa en recuerdos tristes.

Yo te traje otra vez al presente :"¡Y ahora me lo venís a decir, casi treinta años después!... pero no me jodas Cristina... ¡treinta años después!"

Asombrada volviste a mirarme y preguntaste: "¿Qué fue lo que te dije, me podés decir?. Y yo: "Lo de la boina, eso que decís de que me quedaba linda, eso de que era alto, elegante, que era un pintún bárbaro a tus ojos, eso". Sin quererlo me quedé medio pensativo, entonces intentando retomar la alegría le pregunté: "¿Y como vas a decir "eras"... mire que la pinta todavía la tengo, vengo siendo un galán recio maduro, vengo siendo," dije de un tirón con voz tanguera, haciendo un gesto con los ojos y sugiriendo que me tocaba el borde del sombrero como Carlitos Gardel.

"¡Seguro que seguís siendo!, ¿quien te ha dicho lo contrario?" dijiste así sin anestesia y quedé en la lona completamente noqueado, tanto que el árbitro podía contar hasta mil que no me levantaba. Es cierto que no esperaba tanta sinceridad, pero lo que más me había impactado era el tono de voz con que habías dicho todo. El: "seguro que seguís siendo" casi te había salido con bronca, como reprochándome que pudiese pensar que vos no lo creías, y el: "¿quién te ha dicho lo contrario?" con un cariño reconcentrado de años, que era como una caricia sostenida, más cuando la acompañaste con un cambio en el brillo de los ojos, que casi parecían estar a punto de llorar, desbordados de amor.

"Y de vos... ¿qué puedo decir de vos...? – le dije casi susurrando – que a mis ojos sos mucho mas hermosa que aquella maldita vez en que te volví a tener y te volví a perder en mi vida, oculta por la gorrita coqueta marrón – mira como me acuerdo – y la cara tapada por la bufanda hasta los ojos. Parecías una afgana con los burkas esos que ahora vemos en la televisión. Pensar que solo fueron unas horas y después cada uno a sus tareas y dejamos de vernos otra vez, ¡que destino maldito!. Pero te cuento que pese al tiempo esos ojitos siguen igual de hermosos y vos toda estas tan, tan..."

"¡Pará un poquito! - me cortaste - ¿qué te pasa?, nos conocemos desde niños... ¿te me estas declarando ahora?" – propusiste a las risas y después ya mas seria – ¿y por qué decís eso de "aquella maldita vez en que nos volvimos a ver?."

"Lo de maldita – atiné a decir - es porque te dejé ir, ¿entendés?, porque te dejé ir y desde hace veinticinco años he lamentado no haberte dicho lo que descubrí en ese momento, allí en el boliche, en el medio del remolino que ha sido nuestra vida, decirte que fue verte y descubrir que el cariño de niños era amor. Te lo repito, quizás no pude decírtelo – quizás ni tiempo tuvimos para nosotros – había que seguir la militancia, pero era – y es – amor. Te aseguro que hasta hoy te he extrañado, que jamás te olvidé, siempre te quise."

Quedaste confundida pero enseguida te repusiste: "¿Vos no acabás de retrucar el por qué no te lo hice ver hace tantos años?, la vida se nos va Carlos, el tiempo es cada vez mas breve... ¡y no pienso repetir esa equivocación de nuevo!. Decís bien, no tuvimos tiempo para nosotros, nuestros destinos se han cruzado ya tres veces y ahora con la madurez me doy cuenta que en esas poquitas horas vos no entendiste mis mensajes y yo no supe manejar tu timidez... porque me pareciste tan heroico en ese entonces, tan valiente... quizás casi tan valiente como tímido, porque eras muy tímido... ¿o me equivoco?."

Seguramente me puse colorado porque señalándome acusadoramente con el índice de la mano derecha moviéndolo para arriba y abajo me dijiste entre carcajadas: "¡Se puso colorado!, seguro que le acerté, lo seguís siendo!!!. ¡Seguís siendo tímido pese a los años.!

Entonces no me pude aguantar: "¡Carajo! – me salió del alma – pensar que yo me quise dar dique de canchero... pero tenés razón, pese a los años sigo siendo un tímido de mierda, un tímido que no va a dejar que pase de nuevo lo que nos pasó en aquellos días tristes."

"¿Y que nos pasó? – dijiste intrigada - "que no aproveché esas pocas horas de calma en la tormenta para decirte de frente cuanto te quería, que no las aproveche para abrazarte, besarte, amarte. Cristina... fui un miserable tonto que nos hizo perder media vida juntos y bien decís, ¡no nos va a pasar de nuevo, te lo juro!" y sellé mi declaración agarrándole fuerte las manos sobre la pequeña mesa del boliche. Vos las dejaste en las mías con un leve temblor y ese morderte lentamente el labio inferior mientras me traspasabas al mirarme, me dieron la contestación sin necesidad de palabras. Los dos sentimos que la mesa nos separaba molestándonos y casi la pateo a un lado cuando llegó el mozo con las cervezas y tuvo que carraspear varias veces, cada vez mas fuerte, para que nos soltáramos y así poder servirnos.

"¿Qué son casi treinta años?" te pregunté, y vos, triste contestaste: "Toda una vida Carlos, toda una vida". Entonces yo te hice ver, siempre alegre: "Una vida, decís bien, pensalo: una vida, esa fue una vida. Esta que empieza hoy es otra, no lo dudes. ¿Cuanto durará?.-.. solo Dios sabe, pero lo que dure, ¿sabés? lo que dure será todo nuestro, todito"

Nos dimos cuenta que todavía no eran tantos. Vinieron otra vez las risas, las sonrisas, los abrazos, los cuentos, las desgracias, su viudez, mi divorcio, nuestros hijos, los nietos que no tuvo y los que me regalan su alegría día con día, sus estudios, mi carrera de arquitecto, el viejo Uruguay, la vieja España, Suecia, todas las experiencias, hasta el hoy. Por primera vez en mucho tiempo no me sentí más solo.

Cuando salimos rumbo al futuro abrazados como dos adolescentes del boliche, no pensábamos perder tiempo lamentando el ayer, lo que había podido ser, lo que habría sido. Las vivencias de antaño no eran mas que recuerdos, ahora la prioridad era vivir el hoy. Y vivirlo febrilmente, disfrutando cada hora, cada minuto, cada segundo.

El ayer ya fue, y pos... ni modo, como dicen los hermanos mexicanos, el hoy es hoy y hay que vivirlo a plenitud y para nosotros es algo invalorable. Y el mañana... sea como sea, dure lo que dure, venga como venga, el mañana para dos almas enamoradas será intenso, será hermoso, será inmenso. ¿Quién puede decir cuanto nos queda?, fue desafortunado no haber tenido estas vivencias casi treinta años antes, pero peor seria no haberlas tenido nunca.

Te das cuenta – le dije filosófico – la vida nos está dando una nueva oportunidad... ¿sabes a que poquita gente le sucede?".

Versión contemporánea de "El niño y la copa" de Rodo


Mirando jugar un niño
Extraído del libro "Motivos de Proteo" de José E. Rodó.
Nota del autor: la primera versión es la original así como su comentario.


(...) Y ahora he de referirte cómo vi jugar, no ha muchas tardes, a un niño, y cómo de su juego vi que fluía una enseñanza parabólica.

Mirando jugar a un niño.

...A menudo se oculta un sentido sublime en un juego de niño.
(SCHILLER. Thecla. Voz de un espíritu).

Jugaba el niño, en el jardín de la casa, con una copa de cristal que, en el límpido ambiente de la tarde, un rayo de sol tornasolaba como un prisma. Manteniéndola, no muy firme, en una mano, traía en la otra un junco con el que golpeaba acompasadamente en la copa. Después de cada toque, inclinando la graciosa cabeza, quedaba atento, mientras las ondas sonoras, como nacidas de vibrante trino de pájaro, se desprendían del herido cristal y agonizaban suavemente en los aires. Prolongó así su improvisada música hasta que, en un arranque de volubilidad, cambió el motivo de su juego: se inclinó a tierra, recogió en el hueco de ambas manos la arena limpia del sendero, y la fue vertiendo en la copa hasta llenarla. Terminada esta obra, alisó, por primor, la arena desigual de los bordes. No pasó mucho tiempo sin que quisiera volver a arrancar al cristal, su fresca resonancia; pero el cristal, enmudecido, como si hubiera emigrado un alma de su diáfano seno, no respondía más que con un ruido de seca percusión al golpe del junco. El artista tuvo un gesto de enojo para el fracaso de su lira. Hubo de verter una lágrima, mas la dejó en suspenso. Miró, como indeciso, a su alrededor; sus ojos húmedos se detuvieron en una flor muy blanca y pomposa, que a la orilla de un cantero cercano, meciéndose en la rama que más se adelantaba, parecía rehuir la compañía de las hojas, en espera de una mano atrevida. El niño se dirigió, sonriendo, a la flor; pugnó por alcanzar hasta ella; y aprisionándola, con la complicidad del viento que hizo abatirse por un instante la rama, cuando la hubo hecho suya la colocó graciosamente en la copa de cristal, vuelta en ufano búcaro, asegurando el tallo endeble merced a la misma arena que había sofocado el alma musical de la copa. Orgulloso de su desquite, levantó, cuan alto pudo, la flor entronizada, y la paseó, como en triunfo, por entre la muchedumbre de las flores.

Sentido de esta parábola.

-¡Sabia, candorosa filosofía! -pensé. Del fracaso cruel no recibe desaliento que dure, ni se obstina en volver al goce que perdió; sino que de las mismas condiciones que determinaron el fracaso, toma la ocasión de nuevo juego, de nueva idealidad, de nueva belleza... ¿No hay aquí un polo de sabiduría para la acción? ¡Ah, si en el transcurso de la vida todos imitáramos al niño! ¡Si ante los límites que pone sucesivamente la fatalidad a nuestros propósitos, nuestras esperanzas y nuestros sueños, hiciéramos todos como él!... El ejemplo del niño dice que no debemos empeñarnos en arrancar sonidos de la copa con que nos embelesamos un día, si la naturaleza de las cosas quiere que enmudezca. Y dice luego que es necesario buscar, en derredor de donde entonces estemos, una reparadora flor; una flor que poner sobre la arena por quien el cristal se tornó mudo... No rompamos torpemente la copa contra las piedras del camino, sólo porque haya dejado de sonar. Tal vez la flor reparadora existe. Tal vez está allí cerca... Esto declara la parábola del niño; y toda filosofía viril, viril por el espíritu que la anime, confirmará su enseñanza fecunda.
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Hasta aqui Rodó, ahora vengo yo. (Realmente le pido disculpas Don José Enrique.)
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Versión libre aggiornada.

Mirando jugar a un niño marginal.

(...) este pueblo no soporta un solo impuesto mas a sus menguados ingresos.
(Jorge Battle, año 2000, uno de sus tantos discursos alegres.)


Jugaba el niño con una lata vacía de cerveza en el predio comunitario del asentamiento, donde los hurgadores juntaban la basura que no servia para reciclar. El humo de las permanentes fogatas de desperdicios casi no permitía una correcta visión de su propia mano y la luz apenas lograba atravesar la niebla proveniente del cercano arroyo de aguas muertas. Mantenía la lata firme porque el barro la hacía resbalosa y en la otra portaba un pedazo de caño de luz, viejo y herrumbrado, con el que le pegaba nerviosamente volcando en ella sus conflictos, sus angustias. Después de cada golpe inclinaba la cabecita de largos y sucios cabellos acercándose a la lata, para ver con satisfacción los abollones que le producía con su apaleo, mientras la iba destruyendo disfrutando el ruido seco y sordo que cada golpe producía.
Por algunos momentos sentado en lo mas alto de la montaña de basura se conformó con eso y de pronto, en un cambio de carácter, rascando con sus uñitas el suelo, juntó una montaña de bosta seca del caballo que tiraba del carro de su padre, e intentó llenar la lata, lográndolo en parte porque el hueco era muy pequeño. El artista, enojado, volvió a pegarle pero la lata ya no se abollaba como antes por mas fuerza que aplicara, manteniendo su ruido seco y sin sustancia. Esto le colmó la paciencia y lejos de dejar caer una lágrima por semejante pequeñez, se levantó y le dio un violento golpe con el caño al perro sarnoso y grasiento que tenía mas cerca, de los quince que siempre lo acompañaban en el juntadero de basura. Miro indeciso a su alrededor con ojos indignados, hasta que vio una caja de cartón blanco que resaltaba entre la montaña de cartones del vecino que vive a la orilla del arroyo. La caja parecía no querer estar allí, parecía esperar que alguien la robara, meciéndose al compás de uno de los perros que rascaba sus pulgas cerca de ella. El niño, sonriendo maliciosamente, se acercó sigiloso a la caja para llevársela, con la complicidad del perro que al verlo venir, salió aullando despavorido. Cuando la tuvo en su casilla, puso adentro la lata con la bosta y volvió a pegarle con el caño al paquete logrando ahora si abollarlo perfectamente. Orgulloso de su desquite, llevó el bulto a las patadas por entre todas las montañas de basura como un triunfo, hasta que de un golpe certero la mando al medio del arroyo observando victorioso como se alejaba flotando antes de hundirse.

Sentido de esta parábola libre y aggiornada.

Incluso en medio de un entorno infrahumano puede el niño jugar con lo que tiene – al fin y al cabo es niño – y reencauzar así sus carencias no solamente económicas sino familiares y sentimentales, buscando formas alternativas para reducir su ira. El mensaje de la sociedad en la que vive es que esta miseria es su realidad y su destino, intuyendo ya quizás, que su futuro no será muy diferente y que esta preso en esta realidad, por lo que debe adaptarse o muere. Alguna vez ha escuchado decir: "Esperanza" a sus mayores, pero es una palabra cuyo significado no comprende.

Nota del autor: Los que desde siempre mandan no hacen otra cosa que administrar pobreza, mantener alejada de si mismos la miseria y dejar que se ahonde la brecha de las clases, al parecer creyendo que esta inmensa bomba de tiempo rellena de injusticia, jamás explotará. Me queda el consuelo de que, si tenemos un poco de suerte, cuando explote, también a ellos se los lleve... y por fin, no puedo dejar de pensar lo diferente que fue aquel Uruguay en el que vivió el Maestro, a este que nos legaron los que nos precedieron.

Servicio especializado,
atención personalizada

Como todos los días, puntualmente llegó al trabajo, fue a su ropero personal, dejó allí la ropa de calle y se vistió pausadamente con el uniforme, prestando atención a cada detalle con una rutina casi ceremonial. El impecable uniforme azul oscuro con ribetes negros, sin manchas, sin arrugas, sin pelusas siquiera, le quedaba perfecto. Había sido confeccionado a medida por un sastre que sabía bien lo que hacía.
Se miró al espejo, retrocedió unos pasos, corrigió un pequeño desajuste del nudo de la corbata, alisó con movimiento mecánico las solapas, volvió a acercarse al espejo, paso su lengua por los dientes, los miró de cerca, se quitó un molesto punto negro de la barbilla, volvió a retirarse, se miró del lado derecho, luego del izquierdo, centró su gorra de tipo militar y finalmente con un golpe suave y seco de sus palmas se autoaprobó. Impecable, fue a atender sus asuntos.
La camioneta respondió inmediatamente al contacto luego que en el tablero el rulito encendido indicaba que los calentadores habían hecho su trabajo. El motor diesel de ocho cilindros quedó ronroneando. Lo dejaría calentar unos diez minutos como siempre. Mientras esperaba se bajó y comenzó a rodearla mirándola inquisidoramente. No notó defectos, no habían rayones en la pintura, había sido perfectamente encerada. Una pequeña mancha de condensación en el parabrisas generada por el calor del motor desapareció cuando con un pañuelo la limpió enérgicamente. Golpeó con una martillo de madera las llantas. No vio manchas de aceite en el piso. Quedó satisfecho.
El encargado trajo los papeles del turno con la dirección para el inicio del trabajo y subió a su lado. Con un movimiento suave de sus manos y el pulgar hacia arriba saludaron al portero que les abrió la gran puerta metálica del galpón y sin apuro promediando 80 k.p.h. por una carretera casi vacía a esa hora de la noche, fueron a su destino.
El turno nocturno no era de su mayor agrado, pero estaba empleado para cumplir no para estar pidiendo favores, asi, llegaron a la calle, con la linterna de 100 varios buscó la numeración... sería la próxima casa... no... ¿la otra?... si, esa era. Estacionó frente a la residencia, recogieron todo lo necesario de la parte de atrás del furgón, se acercaron a la puerta.
Allí tenían una cita, la muerte los esperaba.
Les abrió una señora pálida, de ojos enrojecidos, dentro de la casa había bastante movimiento y muchas personas dialogaban en los cuartos, ellos entraron en un dormitorio y apoyaron el cajón en el piso. Dos mujeres jóvenes y un señor de mediana edad consolaban a una señora mayor junto a la cama y entre lagrimas y sollozos acariciaban tiernamente la cara del cadáver color ocre que reposaba en su cama. Solcitaron que los dejaran solos para cumplir su trabajo. Pacientemente esperaron a que salieran, luego cerraron la puerta y se miraron.
Como siempre, como cada día con cada "paciente" fueron uno a los pies, otro a la cabeza. Abrieron el cajón, dejaron la tapa a un lado, se aseguraron que nadie los viera en ese instante y con un movimiento rápido sin ninguna consideración especiál levantaron por la cabeza y los pies al finado, que con el rigor mortis parecía una tabla, luego lo dejaron caer dentro de la caja de madera. Hizo un ruido seco. Colocaron la tapa y provisoriamente la cerraron con dos o tres tornillos. Volvieron a la camioneta, cargaron todo en la parte trasera del furgón y volvieron a la empresa.
Comenzaron rutinariamente a preparar el cadáver. Quitaron la ropa, pusieron el sudario y lo acomodaron dentro del cajón definitivo. Como el finado había sido muy grande y apenas entraba en la caja, le tuvieron que dar un golpe seco en cada rodilla para trabárselas y evitarse molestias. Ya instalado que fue, vieron que el pelo se le estaba callendo de lado. Notaron que se trataba de una pequeña peluca, una parruqueta de buena calidad. La arrancaron entonces de un tirón y en la muerta bocha pelada pusieron una buena cantidad de cola de carpintero, esperaron que secara un poco, la pegaron y acomodaron el peinado. La boca quería abrirse por lo que pegaron los labios con pegamento simple y luego, empujando las comisuras dibujaron una sonrisa falsa. Dieron un poco de color a las mejillas pálidas. Volvieron a mirar su obra... faltaba algún detalle. El ojo derecho estaba semiabierto, por lo que con dos gotas de pegamento lo dejaron bien cerrado, pacientemente afeitaron la incipiente barba y retocaron el bigote. Volvieron a mirar de un poco mas lejos. Corrigieron un par de arrugas aquí, otras allá... ahora si, los dos quedaron satisfechos. Tarea cumplida. El de uniforme le dio una palmadita suave en la frente al cadáver y dijo en voz alta: “Tas listo hermano, como nuevo, no nos diste mucho trabajo” y mirando a su compañero de tareas consultó: “¿Nos quedó lindo, no?, el otro asintió entusiasmado con la mirada fija en el muerto, la experiencia les daba esa calidad de trabajo. Dejaron el cajón pronto sobre un carrito de ruedas, a la espera que otros operarios lo hicieran rodar al salón velatorio.
Al salir se cruzaron con la viuda que lloraba desconsoladamente. Los familiares comenzaban a llegar con sus vestimentas oscuras acorde a la ocasión. Con gran solemnidad el primero llevó su mano a la gorra y la levantó frente a la señora en señal de respeto, mientras el compañero decía seriamente a cada doliente el clásico “ Lo acompaño en su dolor”. Con pasos lentos salieron del salón velatorio.
Antes de separarse el uniformado le dijo a su compañero de taréas: “Terminá hoy el papeleo vos, haceme esa piernada, que tengo que llevar temprano a casa. Les prometí a nos nenes llevarlos a un cumpleaños ahora en la mañanita, ¿podés?, gracias loco.” Con larutina, el turno de la noche ya había pasado. Otra jornada cumplida.
Se quitó el uniforme con cuidado y lo guardó prolijamente en su ropero personal. Estaba rendido, pero una buena ducha de agua caliente lo dejaría como nuevo. Ya seco, vistió la ropa de calle y casi sin cansancio volvió caminando a su casa. De tarde dormiría una siesta, tenía tiempo, ahora a sacar los niños... él sabia separar el trabajo del amor.
Sonreía, sabía bien que allí, lo esperaba la vida.