martes, febrero 20, 2007


Cuestión de sangre




El fin había sido antes. Lejos.

Él lo había traído con plena conciencia y allí estaba, frente al cadáver, sin sentir remordimientos, solo placer, un extraño placer.

Miró fijamente la herida roja, profunda, mortal. La primera. Así tenía que ser.

Con decisión hundió en la carne el cuchillo de acero toledano sin tener resistencia, su filo perfecto no lo permitía. Sintió como atravesaba los tejidos, los podía diferenciar uno por uno y su mano quedó bañada en un liquido sanguinolento. Tuvo una sensación combinada de asco y gozo.

Como confirmando todo lo hecho, volvió a hundir la hoja ensangrentada. Los cortes ponían un límite, una confirmación: Esto ya estaba hecho, no había marcha atrás. Impasible, controló sus fuerzas, miró el reloj, se secó la transpiración y como recapacitando soltó ese cuerpo muerto que al caer quedó en una posición absurda. Sin ningún asco lo dio vuelta y se entretuvo morbosamente mirando los ojos muertos. Estaba asombrado de si mismo, porque él se sabía capaz, pero nunca hubiera creído que hacerlo le resultara tan natural.

Limpió varias veces la hoja y arregló simétricamente las sillas que había desordenado al entrar, ocultándose de los vecinos que en todo se meten. Se reconocía obsesivo.

Había dudado mucho – él siempre dudaba- la decisión fue difícil, pero no encontró otra opción, otra forma, otro camino. Eso si, ya decidido lo había planificado al detalle, hasta el mínimo detalle – tenía esas manías – y por fin con una sonrisa extraña recordó que casi había desistido de hacerlo porque se le cruzaron otros planes, pero después nada impidió que las cosas se fueran dando como el destino manda, hasta terminar así, de esa forma, allí. El destino por fin siempre decide.

Solitario - prefería estar solo - pensando, miraba el fuego que había hecho como adormecido. Se sirvió el cuarto whisky haciendo girar lentamente los hielos en su vaso. Todo en silencio, no quería que nadie participara, nada de testigos, sin críticas ni opiniones. Solo. Esta vez se enterarían cuando él lo decidiera – pensaba mientras avivaba la fogata- el fuego lo calmaba, lo transportaba, lo seducía - "El fuego purifica, limpia, renueva, el fuego es hermoso", pensó.

Bebió el último trago, tiró el cigarro a la hoguera y avivó las llamas. El olor a carne quemándose invadía en ambiente y una lluvia de chispas coronó el fuego. No le importó en absoluto. Todo terminaba. Listo. Fin. Ya. Hasta aquí.

Con el cuchillo firmemente apretado en su mano, chasqueando la lengua para disfrutar el último sabor del alcohol, avanzó decidido hacia el frente de la casa, donde estaban los otros. Ellos también tendrían lo suyo. Era tiempo de ellos. Era su tiempo.

Sin dudar abrió decidido la puerta y les gritó nervioso: “¡Muchachos, el lechón(*) esta a punto che!”

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(*) Lechón: en España "cochinillo".

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