martes, febrero 20, 2007

Ernesto y su sueño. (Segunda chance.)








Como todos los días, Ernesto esperó pacientemente el ómnibus en la parada de la esquina, y llegó a la hora prevista. Subió junto a otros ciudadanos apurados y como no iba muy lleno consiguió asiento sin dificultad. No era raro el tener que ir todo el viaje parado. Pero ese día le toco comodidad. Miraba a través del vidrio empañado los mismos paisajes de siempre, ese auto abandonado desde hacía años en el terreno baldío, la ancianita barriendo la vereda, año tras año mas encorvada, los niños entrando en la escuela en el turno matutino con ese bullicio de vida que siempre le encantaba, todo rutinario, todo lo mismo, en cierto sentido agobiante por lo previsible.


En ocasiones jugaba con las posibilidades, una especie de juego de premoniciones, como suponer que cuando subiera la señora grandota, que sospechaba era enfermera porque siempre se bajaba en la parada del Hospital Central, la que permanentemente lo tomaba en la esquina de la rotonda del boulevard, y como estaba amenazando lluvia se apostó a si mismo que estaría con la gabardina celeste que acostumbraba utilizar, y en ese juego interno esperaba con ansias la llegada a ese lugar. La miraba y si, había acertado, ella subía con la gabardina celeste. Punto a favor. Y como el invierno ya estaba ocupando sus espacios de tiempo, era casi seguro que el viejito iba a estar en la plaza como siempre cuando el colectivo la rodeara en su trayecto diario. Y el nono llevaba su mascota a que hiciera sus necesidades – un perrito raza Crica (Criollo-callejero), tan viejo o mas, que su dueño y por lo que se podía apreciar, prácticamente un hijo mas para ese anciano solitario – Pensaba: ¿con que abrigo estaría hoy la mascota?. Apostó todas las fichas neuronales al viejo abrigo rojo que le concia de varios inviernos, no creía que ese día tan gris el viejo le fuera a poner el azul marino que era muy triste, pero perdió feo, porque cuando los vio al doblar en la plaza, el animalito mimado estaba estrenando un abrigo verde y blanco que le era desconocido. Punto en contra.

Y en esos juegos mentales internos dejaba correr los cuarenta y cinco minutos de trayecto, hasta llegar a la rutina de la oficina, al stress, los gritos, los apuros durante ocho horas. Y luego el retorno, ya noche en esta época del año, viendo los conocidos paisajes para volver al entorno familiar con todos sus matices de gris de familia grande. Algo le llamo la atención. La radio del chofer estaba muy alta –como siempre- y aunque prácticamente no había escuchado nada de la emisión, ensimismado como estaba en sus pensamientos, notó que repetidamente se escuchaban a los Beatles, los Animals, y antiguos éxitos de los Rollings Stones.

Se dio cuenta que hacía rato no sentía música actual, pero seguramente era un programa de esos de remake, de inolvidables, especializado en música de los setentas. Janis Joplin gritaba como un ángel a capela la canción del Mercedes Benz, y el genial Jimmi Hendrix llenaba el ambiente con su "Niebla Púrpura". ¡Que programa excelente!, casi se para para preguntarle al conductor que estación era, pero decidió quedarse en su asiento y escuchar atentamente esperando sentir la mención de la estación.

Luego de varios éxitos de los sesentas y setentas, y cuando Joe Cocker terminaba de hacerle parar los pelos con su vozarrón, la voz del locutor informaba que se estaban calculando concurrirían mas de trescientos mil personas al próximo concierto que se efectuaría en una granja en Wookstok, en los EEUU. Refería el del micrófono que concurrirían los mas destacados grupos y solistas del momento y luego de varias apreciaciones del evento a realizarse, el inconfundible estilo de Santana con su "Samba pa ti" llenó el colectivo. En la cabeza de Ernesto surgieron infinidad de interrogantes.

¿Por qué se estaba anunciando un evento que tenía mas de treinta años de efectuado?. Realmente era un programa muy especial, y le agradaba ese juego de retorno en el tiempo. Cerró entonces los ojos y se concentró en la música. Había disfrutado Woostock solo en el cine, pero igual... ¡como lo había disfrutado!. Que explosión de libertad fue ese concierto, en plena lucha contra la guerra de Vietnam y el militarismo asesino, las consignas de amor libre, el pandemonium de las drogas, el reino de las flores, el "no hagan la guerra, hagan el amor", los hippies... La radio comenzó una tanda publicitaria y escuchó incrédulo que se podía comprar un Volkswagen sedan 1600cc
del año cero kilómetro por solo 21350 pesos moneda nacional... que Richmond era el cigarrillo de tabaco rubio americano numero uno en preferencia por calidad y sabor... que una televisión Philips blanco y negro de 23 pulgadas la ofrecían como oferta a 2400 pesos en el London Paris... ya era demasiado, seguramente algo le cayó mal, le estaría por dar algo, al fin de cuentas cincuenta y tres años son muchos años y uno nunca sabe. Se puso nervioso.


Le faltaba el aire, y en búsqueda de oxígeno miro hacia atrás calculando cuanta gente tenia por delante para llegar a la puerta del medio del colectivo y allí noto que este ómnibus no tenia puerta al medio... Él juraba que si, pero no. Veía sin entender que en la parte de atrás el vehículo tenia una plataforma. Confundido miró atentamente todo lo que le rodeaba y vio que las ropas de los pasajeros no eran actuales, que un adolescente junto a él tenia unos pantalones Oxford exageradamente grandes en su parte inferior y el moreno sentado enfrente lucía orgulloso un impresionante look afro. La radio en ese momento terminaba de emitir "Píntalo de Negro" por los Rolings y Miriam Makiba comenzaba con el recordado: "...asiiiii pata pata, ecum-cum-cum-cum- cum-mel..., asiiii pata pata...".

Buscó con desesperación lugares conocidos a través de la ventana y al cruzar una calle vio un Policía dirigiendo el tránsito desde el medio de las calles subido en una pequeña tarima de madera, en las esquinas no habían semáforos. Y ahora el conductor estaba oculto en su pequeña cabina al frete a la izquierda del transporte. Parecía un viejo ACLO de la década de los 40s.

Al pasar entre dos edificios altos el juego de las sombras y la luz interior le permitieron ver borrosamente su cara en el vidrio. Esto lo dejó mas nervioso aun... ¡no tenía canas!. Al borde del ataque de nervios observó que una mujer tres filas de asientos mas adelante se arreglaba el rouge de sus labios con un pequeño espejito rectangular. Le pidió disculpas al mismo tiempo que tomándola de la muñeca doblaba el pequeño espejo hacia su cara. ¡Era él, pero.. pero... pero era su cara de veinteañero, su cara juvenil, esa que se le había perdido treinta años atrás... no entendía lo que le pasaba... esquivó el bolso de la señora que se defendía como una leona furiosa luego del ataque y logró calmarla pidiéndole repetidamente disculpas y convenciéndola de que se sentía mareado, con miedo de tener hepatitis, por eso la impetuosidad de verse la cara en el espejo. Logro calmarla al fin. A nadie podía decir la realidad porque lo internarían por demente. Se dijo a si mismo: "Debo estar soñando" y se dio un pellizcón que le hizo putear sonoramente. No, no soñaba... pero entonces... ¿era un sueño lo que creyó realidad?... ¿se habría dormido?... ¿no estaba casado y con hijas?, ¿no era Jefe de Contadores en ese Banco Oficial?... y su señora... ¿dónde estaba su señora?. ¿Había sido un sueño? ¡Pero que real, que real había sido!!.

Se levantó aturdido y fue hacia atrás para bajar. Otro pasajero le gritó que dejaba la guitarra...¿una guitarra?. Miró hacia el asiento y alli estaba, la vieja Gibson negra en su forro bordó. ¡Casi la deja, que abombado!, si la perdía se mataba. ¿Que hora sería? Miró su muñeca y el hermoso Orient semiautomático de agujas le indico las 8 y media de la noche. Se le estaba haciendo tarde, el ensayo en lo de Eduardo empezaba dentro de poco. Tomado del pasamanos se agachó y miró hacia fuera. Estaban llegando a la Avenida Agraciada, tenía que bajarse en la próxima.

Aún le parecía mentira haber tenido un sueño tan impactante. Y pensar que le parecía verdad que tenia cuatro hijas, todas mujeres... ¡y su señora, con que claridad veía su cara.! Y también mantenía la angustia de la muerte de su madre en el sueño y los viejos de la familia que no estaban, y él los extrañaba, y eso le producía una nostalgia profunda... ¡Lo que son los sueños!, pensaba, ¡que mezcla de alegrías, angustias, risas y tristeza! ¡Menos mal que había sido solo un sueño!. Chistó al guarda y este tiró de la cuerda avisando al conductor. Sonó la campanita.

Él no espero a que el transporte se detuviera, se colgó de los estribos de la plataforma y columpiándose en sentido inverso al de la aceleración quedó prácticamente parado al caer en la vereda. Mientras caminaba para el ensayo, notó que ese día tenía ganas de que este fuera rápido, y terminara pronto – desconociéndose, porque él siempre disfrutaba tanto de la música que casi siempre amanecían tocando y cuando volvía a la casa su madre ya se había ido a trabajar.

Pero ese día quería llegar temprano a ver la vieja, no sabia por que motivo, pero le habían asaltado unas ganas tremendas de verla ese día, antes que se fuera al laburo. Quería abrazarla, besarla, y después sacar a hacer el paseo nocturno a Rayito, ese querido cuzco bola de pelos que lo espera paciente para hacer sus meaditos en todos los árboles, arbustos, esquinas, ruedas de autos y piernas que tuvieran un ligero olor a algún hermano de la especia. Y a él normalmente le rompía las pelotas tener que salir con el bichito de noche, pero esta noche especial, por algún motivo que no entendía, esta noche estaba deseado recorrer su rutina familiar, recorrerla detalladamente, disfrutar cada repetido detalle, todos y cada uno de los detalles, disfrutar cada olor conocido, cada rincón, todos despacito y a conciencia. Seguía sin entender por que era que se sentía así, pero hoy el hastío se labia perdido en algún sitio y deseaba literalmente devorar esa su rutina de todos los días...


1 comentario:

Maria Ines dijo...

Qué maravilloso sería poder proyectarnos como en el cuento, para valorar el momento.
¡¡Muy bueno!!!
Cariños