martes, febrero 20, 2007

Versión contemporánea de "El niño y la copa" de Rodo


Mirando jugar un niño
Extraído del libro "Motivos de Proteo" de José E. Rodó.
Nota del autor: la primera versión es la original así como su comentario.


(...) Y ahora he de referirte cómo vi jugar, no ha muchas tardes, a un niño, y cómo de su juego vi que fluía una enseñanza parabólica.

Mirando jugar a un niño.

...A menudo se oculta un sentido sublime en un juego de niño.
(SCHILLER. Thecla. Voz de un espíritu).

Jugaba el niño, en el jardín de la casa, con una copa de cristal que, en el límpido ambiente de la tarde, un rayo de sol tornasolaba como un prisma. Manteniéndola, no muy firme, en una mano, traía en la otra un junco con el que golpeaba acompasadamente en la copa. Después de cada toque, inclinando la graciosa cabeza, quedaba atento, mientras las ondas sonoras, como nacidas de vibrante trino de pájaro, se desprendían del herido cristal y agonizaban suavemente en los aires. Prolongó así su improvisada música hasta que, en un arranque de volubilidad, cambió el motivo de su juego: se inclinó a tierra, recogió en el hueco de ambas manos la arena limpia del sendero, y la fue vertiendo en la copa hasta llenarla. Terminada esta obra, alisó, por primor, la arena desigual de los bordes. No pasó mucho tiempo sin que quisiera volver a arrancar al cristal, su fresca resonancia; pero el cristal, enmudecido, como si hubiera emigrado un alma de su diáfano seno, no respondía más que con un ruido de seca percusión al golpe del junco. El artista tuvo un gesto de enojo para el fracaso de su lira. Hubo de verter una lágrima, mas la dejó en suspenso. Miró, como indeciso, a su alrededor; sus ojos húmedos se detuvieron en una flor muy blanca y pomposa, que a la orilla de un cantero cercano, meciéndose en la rama que más se adelantaba, parecía rehuir la compañía de las hojas, en espera de una mano atrevida. El niño se dirigió, sonriendo, a la flor; pugnó por alcanzar hasta ella; y aprisionándola, con la complicidad del viento que hizo abatirse por un instante la rama, cuando la hubo hecho suya la colocó graciosamente en la copa de cristal, vuelta en ufano búcaro, asegurando el tallo endeble merced a la misma arena que había sofocado el alma musical de la copa. Orgulloso de su desquite, levantó, cuan alto pudo, la flor entronizada, y la paseó, como en triunfo, por entre la muchedumbre de las flores.

Sentido de esta parábola.

-¡Sabia, candorosa filosofía! -pensé. Del fracaso cruel no recibe desaliento que dure, ni se obstina en volver al goce que perdió; sino que de las mismas condiciones que determinaron el fracaso, toma la ocasión de nuevo juego, de nueva idealidad, de nueva belleza... ¿No hay aquí un polo de sabiduría para la acción? ¡Ah, si en el transcurso de la vida todos imitáramos al niño! ¡Si ante los límites que pone sucesivamente la fatalidad a nuestros propósitos, nuestras esperanzas y nuestros sueños, hiciéramos todos como él!... El ejemplo del niño dice que no debemos empeñarnos en arrancar sonidos de la copa con que nos embelesamos un día, si la naturaleza de las cosas quiere que enmudezca. Y dice luego que es necesario buscar, en derredor de donde entonces estemos, una reparadora flor; una flor que poner sobre la arena por quien el cristal se tornó mudo... No rompamos torpemente la copa contra las piedras del camino, sólo porque haya dejado de sonar. Tal vez la flor reparadora existe. Tal vez está allí cerca... Esto declara la parábola del niño; y toda filosofía viril, viril por el espíritu que la anime, confirmará su enseñanza fecunda.
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Hasta aqui Rodó, ahora vengo yo. (Realmente le pido disculpas Don José Enrique.)
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Versión libre aggiornada.

Mirando jugar a un niño marginal.

(...) este pueblo no soporta un solo impuesto mas a sus menguados ingresos.
(Jorge Battle, año 2000, uno de sus tantos discursos alegres.)


Jugaba el niño con una lata vacía de cerveza en el predio comunitario del asentamiento, donde los hurgadores juntaban la basura que no servia para reciclar. El humo de las permanentes fogatas de desperdicios casi no permitía una correcta visión de su propia mano y la luz apenas lograba atravesar la niebla proveniente del cercano arroyo de aguas muertas. Mantenía la lata firme porque el barro la hacía resbalosa y en la otra portaba un pedazo de caño de luz, viejo y herrumbrado, con el que le pegaba nerviosamente volcando en ella sus conflictos, sus angustias. Después de cada golpe inclinaba la cabecita de largos y sucios cabellos acercándose a la lata, para ver con satisfacción los abollones que le producía con su apaleo, mientras la iba destruyendo disfrutando el ruido seco y sordo que cada golpe producía.
Por algunos momentos sentado en lo mas alto de la montaña de basura se conformó con eso y de pronto, en un cambio de carácter, rascando con sus uñitas el suelo, juntó una montaña de bosta seca del caballo que tiraba del carro de su padre, e intentó llenar la lata, lográndolo en parte porque el hueco era muy pequeño. El artista, enojado, volvió a pegarle pero la lata ya no se abollaba como antes por mas fuerza que aplicara, manteniendo su ruido seco y sin sustancia. Esto le colmó la paciencia y lejos de dejar caer una lágrima por semejante pequeñez, se levantó y le dio un violento golpe con el caño al perro sarnoso y grasiento que tenía mas cerca, de los quince que siempre lo acompañaban en el juntadero de basura. Miro indeciso a su alrededor con ojos indignados, hasta que vio una caja de cartón blanco que resaltaba entre la montaña de cartones del vecino que vive a la orilla del arroyo. La caja parecía no querer estar allí, parecía esperar que alguien la robara, meciéndose al compás de uno de los perros que rascaba sus pulgas cerca de ella. El niño, sonriendo maliciosamente, se acercó sigiloso a la caja para llevársela, con la complicidad del perro que al verlo venir, salió aullando despavorido. Cuando la tuvo en su casilla, puso adentro la lata con la bosta y volvió a pegarle con el caño al paquete logrando ahora si abollarlo perfectamente. Orgulloso de su desquite, llevó el bulto a las patadas por entre todas las montañas de basura como un triunfo, hasta que de un golpe certero la mando al medio del arroyo observando victorioso como se alejaba flotando antes de hundirse.

Sentido de esta parábola libre y aggiornada.

Incluso en medio de un entorno infrahumano puede el niño jugar con lo que tiene – al fin y al cabo es niño – y reencauzar así sus carencias no solamente económicas sino familiares y sentimentales, buscando formas alternativas para reducir su ira. El mensaje de la sociedad en la que vive es que esta miseria es su realidad y su destino, intuyendo ya quizás, que su futuro no será muy diferente y que esta preso en esta realidad, por lo que debe adaptarse o muere. Alguna vez ha escuchado decir: "Esperanza" a sus mayores, pero es una palabra cuyo significado no comprende.

Nota del autor: Los que desde siempre mandan no hacen otra cosa que administrar pobreza, mantener alejada de si mismos la miseria y dejar que se ahonde la brecha de las clases, al parecer creyendo que esta inmensa bomba de tiempo rellena de injusticia, jamás explotará. Me queda el consuelo de que, si tenemos un poco de suerte, cuando explote, también a ellos se los lleve... y por fin, no puedo dejar de pensar lo diferente que fue aquel Uruguay en el que vivió el Maestro, a este que nos legaron los que nos precedieron.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

chas gracias por la informacion pero queria agregar que JOSE RENRIQUE RODO ES DE NACIONALIDAD URUGUAYA

Senén dijo...

Gracias por leer Anonimo, pero quien dice lo contrario??