En una madrugada fresca - no fria, apenas fresca - la primavera de 2011 en Calella, pequeño pueblo costero de Catalunya, Nación ocupada por España hace mas de 500 años, me despertó una voz juvenil, carrasposa, una voz “de vino”, que rebotaba en los techos de todas las casas, en los edificios, en los muros de los apartamentos, en los árboles, en todo, y se agotaba en el infinito, una voz que yo conocía por su tono, por la pronunciación de determinadas letras, por el dolor y la soledad que contenía su canto, una voz claramente uruguaya que cantaba-gritaba-reclamaba: “Peñaroooooolllllll Peñarooooolllll... que grande sossssss, como te quieroooooo, co-mo-te-quie-ro.... Peñaroooooolllll” y repetía el canto aurinegro por las calles vacías esa madrugada fresca cuando el reloj marcaba cinco menos cinco y alli recordé que el aurinegro jugaba un partido importante por la Libertadores y como teníamos una diferencia horaria de cinco horas, en Montevideo era casi media noche y seguramente el viejo Peñarol había ganado y la mitad del pais oriental estaria festejando en la propia tierra o desparramados por el mundo como estornudo de mellado - que asi estamos desde hace tantos años - y este paisano era uno de esos del medio pais desparramado que venía de festejarlo en la casa de algun otro uruguayo o argentino o boliviano, que en el exilio la patria latinoaméricana es una sola, se puede sentir en las tripas sin necesidad de ningún discurso, porque los “sudacas” de todos los colores somos uno, nos sentimos naturalmente uno en la vida del exilio y él lo seguía festejando por el medio de esa calle catalana solitaria, fresca, absolutamente silenciosa, atronando con su canto a capela “Peñarolllllll, Peñarooooolllll que grande sosssssss, como te quiero, como te quiero Peñaroooooollll Peñaroooooolll” subiendo y bajando los decibelios y afirmando la voz con cada pisada - porque se sentían claramente las pisadas de este solitario cantor de la noche al que no precisaba ver para saberlo con altos niveles de alguna bebida espirituosa en sus entrañas - y asi llegaron la voz y las pisadas hasta la esquina y pasaron y siguieron y se fueron alejando y alejando y “Peñaroool, Peñaroool, Peñarooooollll como te quiero Pe-ña-rooolll” quedó resonando en las calles vacías de la pequeña ciudad mediterranea en la costa catalana donde la mayoría de los vecinos no podia saber cual era el motivo para que ese hombre fuera despertando a todos con sus cantos y gritos de alegria, más aún, seguramente muchísimos ni siquiera entendieran el castellano, solo escuchaban a otro ser humano alegre y pasado de alcohol que vociferaba sus asuntos mientras cataratas de puteadas y maldiciones en catalan, en castellano, en dialecto mandinga y otros idiomas africanos, en voces latinoamericanas variadas, en voces europeas variadas, en voces asiáticas variadas – que Catalunya es un crisol de nacionalidades - una lluvia inmensa de groserias salia de todas las casas, de todos los edificios, de todos los balcones, maldiciones que yo imaginaba como invisibles papelitos de colores dando vida a las calles solas, acompañando el paso del solitario hincha en su festejo, algo dificil de entender para los otros humanos mal dormidos, algo inesperado, realmente surrealista, un imbecil despertando a todo el mundo en plena madrugada con ese grito que para mi sí era descifrable, porque era el sonido del dolor que conocemos los que por este o aquel motivo tuvimos que exilarnos de nuestra tierra, ese grito de “Peñaroooooollll Peñaroooollll, que grandee sooooossss, que grande sooooooss, Peñaroooool Peñarooooll co-mo-te-quie-ro Peñaroooollll”, que podia ser Nacional o Defensor o cualquier otro equipo latinoamericano, pero esa noche era Peñarol, ese grito de alegría mentirosa, porque en realidad es un inmenso aullido de soledad, un himno al desarraigo, al dolor que se lleva muy adentro, a la rabia contenida, a la soledad impresionante que no se puede trasmitir ni transferir ni abandonar y que nos tiene siempre abrazados casi hasta la asfixia y por eso el grito de “Peñaroool que grande sos como te quiero Peñaroool”, ese lamento disfrazado nace en las vísceras del hombre y retumba al salir por la garganta rompiendo misteriosamente por unos instantes esas inexistentes cadenas que nos parece sentir en el tobillo anclándonos a una tierra que aunque podemos quererla muchísimo, no es aquella y con esa misteriosa magia tambien transforma la realidad mientras dura el canto y la euforia y nos permite sentir en el alma casi como si estuvieramos entre todos, con los nuestros, en la Plaza del Entrevero, en pleno centro de Montevideo, en el frio del otoño del sur, entre la niebla que oculta los plátanos que pierden sus hojas, sintiendo el revolotear de las palomas asustadas por el bullicio, empujadas por el viento salitroso, fresco, con ese inconfundible olor a puerto tan integrado a nuestro Ser, mientras la nostalgia y los recuerdos nos invaden y el “Peñaroooll, Peñarooooll, como te quieroooo Peñarooooll” se va haciendo cada vez mas inaudible a la distancia, pero no cesa, jamás cesa porque sigue resonando en nuestra cabeza como toda la vida lo ha hecho, como lo hace hoy y lo hará con toda seguridad mañana.
jueves, junio 09, 2011
Una madrugada, un carbonero
En una madrugada fresca - no fria, apenas fresca - la primavera de 2011 en Calella, pequeño pueblo costero de Catalunya, Nación ocupada por España hace mas de 500 años, me despertó una voz juvenil, carrasposa, una voz “de vino”, que rebotaba en los techos de todas las casas, en los edificios, en los muros de los apartamentos, en los árboles, en todo, y se agotaba en el infinito, una voz que yo conocía por su tono, por la pronunciación de determinadas letras, por el dolor y la soledad que contenía su canto, una voz claramente uruguaya que cantaba-gritaba-reclamaba: “Peñaroooooolllllll Peñarooooolllll... que grande sossssss, como te quieroooooo, co-mo-te-quie-ro.... Peñaroooooolllll” y repetía el canto aurinegro por las calles vacías esa madrugada fresca cuando el reloj marcaba cinco menos cinco y alli recordé que el aurinegro jugaba un partido importante por la Libertadores y como teníamos una diferencia horaria de cinco horas, en Montevideo era casi media noche y seguramente el viejo Peñarol había ganado y la mitad del pais oriental estaria festejando en la propia tierra o desparramados por el mundo como estornudo de mellado - que asi estamos desde hace tantos años - y este paisano era uno de esos del medio pais desparramado que venía de festejarlo en la casa de algun otro uruguayo o argentino o boliviano, que en el exilio la patria latinoaméricana es una sola, se puede sentir en las tripas sin necesidad de ningún discurso, porque los “sudacas” de todos los colores somos uno, nos sentimos naturalmente uno en la vida del exilio y él lo seguía festejando por el medio de esa calle catalana solitaria, fresca, absolutamente silenciosa, atronando con su canto a capela “Peñarolllllll, Peñarooooolllll que grande sosssssss, como te quiero, como te quiero Peñaroooooollll Peñaroooooolll” subiendo y bajando los decibelios y afirmando la voz con cada pisada - porque se sentían claramente las pisadas de este solitario cantor de la noche al que no precisaba ver para saberlo con altos niveles de alguna bebida espirituosa en sus entrañas - y asi llegaron la voz y las pisadas hasta la esquina y pasaron y siguieron y se fueron alejando y alejando y “Peñaroool, Peñaroool, Peñarooooollll como te quiero Pe-ña-rooolll” quedó resonando en las calles vacías de la pequeña ciudad mediterranea en la costa catalana donde la mayoría de los vecinos no podia saber cual era el motivo para que ese hombre fuera despertando a todos con sus cantos y gritos de alegria, más aún, seguramente muchísimos ni siquiera entendieran el castellano, solo escuchaban a otro ser humano alegre y pasado de alcohol que vociferaba sus asuntos mientras cataratas de puteadas y maldiciones en catalan, en castellano, en dialecto mandinga y otros idiomas africanos, en voces latinoamericanas variadas, en voces europeas variadas, en voces asiáticas variadas – que Catalunya es un crisol de nacionalidades - una lluvia inmensa de groserias salia de todas las casas, de todos los edificios, de todos los balcones, maldiciones que yo imaginaba como invisibles papelitos de colores dando vida a las calles solas, acompañando el paso del solitario hincha en su festejo, algo dificil de entender para los otros humanos mal dormidos, algo inesperado, realmente surrealista, un imbecil despertando a todo el mundo en plena madrugada con ese grito que para mi sí era descifrable, porque era el sonido del dolor que conocemos los que por este o aquel motivo tuvimos que exilarnos de nuestra tierra, ese grito de “Peñaroooooollll Peñaroooollll, que grandee sooooossss, que grande sooooooss, Peñaroooool Peñarooooll co-mo-te-quie-ro Peñaroooollll”, que podia ser Nacional o Defensor o cualquier otro equipo latinoamericano, pero esa noche era Peñarol, ese grito de alegría mentirosa, porque en realidad es un inmenso aullido de soledad, un himno al desarraigo, al dolor que se lleva muy adentro, a la rabia contenida, a la soledad impresionante que no se puede trasmitir ni transferir ni abandonar y que nos tiene siempre abrazados casi hasta la asfixia y por eso el grito de “Peñaroool que grande sos como te quiero Peñaroool”, ese lamento disfrazado nace en las vísceras del hombre y retumba al salir por la garganta rompiendo misteriosamente por unos instantes esas inexistentes cadenas que nos parece sentir en el tobillo anclándonos a una tierra que aunque podemos quererla muchísimo, no es aquella y con esa misteriosa magia tambien transforma la realidad mientras dura el canto y la euforia y nos permite sentir en el alma casi como si estuvieramos entre todos, con los nuestros, en la Plaza del Entrevero, en pleno centro de Montevideo, en el frio del otoño del sur, entre la niebla que oculta los plátanos que pierden sus hojas, sintiendo el revolotear de las palomas asustadas por el bullicio, empujadas por el viento salitroso, fresco, con ese inconfundible olor a puerto tan integrado a nuestro Ser, mientras la nostalgia y los recuerdos nos invaden y el “Peñaroooll, Peñarooooll, como te quieroooo Peñarooooll” se va haciendo cada vez mas inaudible a la distancia, pero no cesa, jamás cesa porque sigue resonando en nuestra cabeza como toda la vida lo ha hecho, como lo hace hoy y lo hará con toda seguridad mañana.
viernes, febrero 13, 2009
Aparecer en la televisión
Con la misma velocidad – movimientos que por acción de la rutina se han convertido en automáticos – y continuando el mismo dialogado intrascendente del acontecer mundano día a día, colocaron el cadaver en el humilde cajón de madera compensada.
El cuerpo era tan liviano que la fuerza de los dos hombres casi lo hace caer del otro lado de la caja. La piel mostraba un color amarillo oscuro que asemejaba el pequeño bulto a un gigantesco corcho. Solo la falta de brillo hacía ver que no se trataba de un molde de cera.
Los cabellos blancos, escasos y despeinados, estaban sostenidos por un trapo, con el que quisieron cerrar la mandíbula. Pero fue en vano. La boca entreabierta mostraba dos dientes sobrevivientes a mas de ochenta años de existencia. La prominencia de los huesos en el rostro advertía que este era el resultado de alguna enfermedad rogresiva, de esas que se toman su tiempo para lograr sus intereses.
Pese a todo, los ojos cerrados y la piel arrugada trasmitían una sensación de paz, algo asi como un. “¡Al fín!”, dicho en voz baja.
Discutiendo sobre el indignante penal cobrado casi al final del partido – un penal que solo vio el juez – uno de los hombres comentaba que: “perder estaba bien, pero perder de esa manera no tenía sentido, seguro que el referí estaba comprado”. Y mientras comentaban el partido cortaban pedazos de papel de un grueso rollo y procedían a “enlutar” al cadaver, rellenando prolíjamente el hueco que había quedado a los pies – la finada era pequeñita y encorvada – luego los costados del despojo, luego la zona de la cabeza y tambien sobre los hombros. Por fin cubrieron el cuerpo dejando solo la cara a la vista y en ese momento, entre el “porque fueron cuerpo a cuerpo a disputar la pelota, de donde sacó que eso podía ser penal” y el “para mejor casi lo erra porque rebotó en el palo y en la espalda del golero para entrar, mirá también que tuvieron suerte”, le sacaron la cinta qeu queria retener la mandíbula y peinaron hasta donde se podían ver los ralos cabellos, asegurando con una humilde gomita el resto por debajo de los papeles.
Uno intentó cerrar la boca del difunto apretando con toda su fuerza el mentón hacia arriba, apoyándose incluso en la cabeza con la otra mano, pero no logró llevarlo a su sitio. Preguntó: “che, ¿este va a velorio o a depósito?”. La contestación fue intercalada con el cuento del estofado. “No te calentés que va a depósito, es entierro De Oficio, porque te decía que el estofado casi se me quema. Fue el fin de semana pasado. ¿No te lo había contado?”. “No, eso no. Entonces se va con la boca abierta y chau.” “Es que casi se me quema porque me distraje jugando al truco. Dejala asi de boca abierta a quien mierda le importa. Pero loco imaginate si se te quema la comida con lo cara que está... y sí, se va asi y listo.” “Lo que pasa es que les estaba buscando la boca porque yo tenía dos piezas de la muestra y me estaba achicando para ver si ellos me daban la falta... y en eso me acordé. Pero no lo dejé quemarse.” “Ya esta pronta la finadita”. “Che, me dijeron que una de tus hijas se fue a España, me enteré el otro día, y si, aqui no hay nada para hacer – pasame el paño blanco – aqui no da para mas”. “Empujá un poco para arriba el cuerpo, asi, bien, ya está... y mirá que por hay yo también me rajo, el horno no esta para bollos”. “ Y si, si lo sabremos en casa. Bueno, listo el muertito, ayudame con la tapa”.
En el mar de blanco arrugado del cajón relleno de papeles solo se destaca ba una cara corcho de boca abierta y desdentada. La tapa sonó a hueco al colocarla en su sitio.
Doñá Maria de las Mercedes Perez Gutierrez había quedado viuda y sin hijos. El resto de la familia se le había anticipado en el salto de dimensiones o estaba fuera del país. Estaba condenadamente sola. Irremediablemente sola. Desde hacía años sus mayores preocupaciones eran pasear al perro y conversar con los vecinos del barrio, en especial los pibes de enfrente a la pensión, con los que pasaba algunos ratos de cada día y a los que les contó su mayor secreto, celósamente guardado por un falso orgullo: Aparecer en la televisión.
No importaba de que manera, ni siquiera pensaba en ser una estrella o alguien destacado en esto o aquello. No. Ella solamente quería estar. Tenía gran intriga en saber lo que escondía ese mundo que ella solo conocia por la pantalla pequeña de blanco y negro. Ella decía que el color le hacía mal a los ojos, pero en realidad la pensión jamás habia dado para tamaño gasto. Se los contaba a los niños como una inmensa confesión y con una esperanza inmortal como siempre es la esperanza: “Quien sabe un día...”.
El viejo perro murió un mes antes que ella y los vecinos comentaron que el bicho era lo único que tenía y entonces, al perderlo, se había “dejado llevar”. La encontraron una mañana muerta en su cama. Los de la pension desconfiaron porque no fue a buscar el agua caliente para el mate a la cocina, muy raro en ella. La sacó la policía. Se la llevaron los del Servicio Forence de
El audio del video fue anulado, dejaron las imágenes.
El programa periodístico mostraba los diferentes y raros oficios que los humanos tienen y en esta ocasión ofrecían al público en directo como se preparaba un cuerpo para ser enterrado por
La postproducción generó un interesante y macabro corto que dio un buen raiting al programa periodístico de interés general, pues siempre lo morboso atrae a los humanos. Fue un éxito como corto porque nadie les avisó a los operarios que se estaba filmando para que todo fuera espontaneo. Había quedado realmente bien el montage. Quizás lo morboso nos atrae por la curiosidad de asomarnos a un posible futuro próximo, ese extraño y gran signo de interrogación.
Los botijas miraban con ojos grandes la pantalla a color y cuando se dieron cuenta salieron gritando: “¡Mamá, mirá mamá! ¡la señora de enfrente esta saliendo en la televisión! ¡ al fín se le vino a dar a la abuelita!.
miércoles, enero 23, 2008
Amores de estudiante, flores de un día son
- Cristinita, ¡usted no sabe como me apena!.
- Pero dígame de que se apena, Romualdo, por favor, que me deja muy triste.
- Es que para mi es muy difícil explicarlo, en especial a usted.
- Pero Romualdo, nos conocemos hace tiempo, ¡como no va a poder expresarlo!.
- Cristinita, tan tierna, tan santa, tan bonita. Cristinita, hace ocho años que le profeso un puro amor que surge de lo más profundo de mi ser. Ocho años que visito su casa con permiso de sus padres como mandan las más sagradas tradiciones sociales. ¡Cristinita!, yo nunca le he faltado el respeto.
- ¡Lo se, Romualdito, lo se!, por eso le pregunto que es lo que tanto le aflige.
- Es que esto que me corroe por dentro es insoportable ya. Lo pude ocultar en los inicios, luego incluso cuando nuestras relaciones fueron poco a poco haciéndose más íntimas - dentro del cristiano recato - e incluso después de que ya intimáramos lo suficiente, como para tener acercamientos amorosos a espaldas de sus progenitores - picardías propias de los jóvenes - hasta el día en que no se de donde saqué fuerzas para pedirle que viniésemos a escondidas a este sitio mas nuestro, más íntimo. ¡Cristinita!... ¿puedo tutearla?.
- Claro, Romualdo.
- Entonces trataré de lograr decírtelo aquí en mi pieza de pensión, donde hemos llegado luego de tanto amor, de tanta pasión escondida, de tantas ansias. Aqui donde por fin luego de años podemos estar solos, podemos expresar sin tapujos nuestros sentimientos, podemos intimar como hace tantos meses lo deseo, sintiendo la dulce voz de Gardel desde la vitrola. Intimar a plena luz mucho mas de lo que lo hemos podido hacer en el sillón de tu santa casa.
- ¡Hay Romualdo, ya no te conozco!, ¡que te sucede!.
- Ya no me conformo con besos, con caricias, no me conformo con que tu me reconfortes haciendo explotar mis necesidades masculinas cuando estamos a solas y los mayores duermen. ¡Oh tierna Cristinita!, no sabes cuanto placer me ha dado tantas veces tu boca, incluso me he sentido un cerdo corruptor al enseñarte esas prácticas sexuales a las que tu dócilmente te has sometido y ¡tan solo para complacerme a mi, a mi egoísmo!. ¡Por este egoismo he manchado tu recato mantenido como blasón por todo este tiempo!.
- ¡Hay Romualdito, que yo también he gozado!.
- Pero si, Cristinita mi amor, claro que si, no puedo negar que me has dado muchísimo placer, pero yo se valorar muy bien que pese al deseo que debes sentir, estoicamente has guardado tu sexo para cuando juntemos para siempre nuestras vidas en el altar, frente al Señor. ¿Crees que no tengo en cuenta que para satisfacerme también te has prestado a efectuar relaciones por donde la naturaleza no lo indica? ¿Crees que no se que toleras ese sufrimiento solo para darme felicidad? ¡Por eso te amo y por eso mi vergüenza es mayor, Cristina!, por eso me apena mucho lo que tengo que confesar...
- ¡Por Dios y la Virgen, Romualdo!, dímelo de una buena vez que no aguanto tantos nervios.
- Es que el deseo me ha invadido y me priva de mis más elementales nociones de caballerosidad, de humanismo, de modales. Me siento tosco, me siento grosero. Por una parte creo que no te merezco y por otra te deseo tanto que me siento capaz de las mayores locuras... ¡hoy estamos solos y te deseo tanto, Cristinita!.
- ¡Romualdo, si yo también quiero ser tuya completamente desde hace tiempo!. ¡Tómame, Romualdo, tómame ya mi amor!.
- ¡Eso es lo que me tiene enloquecido, Cristinita, ese es mi secreto diabólico!, para lograr un placer total necesito algunas cosas extrañas, que no se en que momento mi mente se deformó como para aceptarlas... Cristina, ¡te pido perdón Cristina!, no me odies, pero mi secreto es que para gozar completamente tengo que tener una bombacha tuya en la cabeza y sentir que me azotan con algo contundente en la espalda y las nalgas... ¡oh Cristina, cuanta vergüenza me invade!, no me siento digno de tu amor, Cristina.
- Pero no, Romualdito, ¿eso era simplemente lo que te agobiaba?, ¿esa pequeña picardía?, si todos tenemos secretos, mi amor.
- ¿Tu también Cristinita?
- ¡Claro, mi vida!, yo, para empezar, soy travesti.
jueves, enero 17, 2008
El abuelo y su aparato
El abuelo se lo zarandeaba con cariño.
No importaba quién estuviese a su frente, él lo agarraba moviéndolo con desparpajo a izquierda y derecha, arriba y abajo, acariciándolo, apretándolo, balanceándolo, como haciendo gala de que, pese a su edad, tenia dominio total del asunto.
La impresión que esto causaba en su público era disímil.
Cuando vio entrar al cuarto a Doña Elena, la vecina del 304, acompañada por Doña Maria Clotilde, a su vez vecina del 407 – las dos muy amigas del viejo - y sabiendo como sabíamos todos que al abuelo le gustaba mucho Doña Elena, no nos llamó la atención ver como, cuando ella quedó en su alcance visual se lo agarró con nerviosismo jalándolo para todos lados con desfachatez.
“Mire lo que hace... y si, cosas de viejo chocho”, opinó la mayoría.
Pero los que lo conocíamos veíamos desde su cara inmutable, paralizada por el derrame cerebral sufrido un par de semanas atrás, que los ojos tenían ese brillo de picardía tan típico de él, cuando estaba haciendo travesuras.
Al terminar de menearlo, doña Elena, que había observado atentamente el despliegue de movimientos, levantando un poco la frente para poder ver con los cristales de cerca, entendió el mensaje que estaba bien claro era definitivamente para ella, y no pudo dejar de ruborizarse. Le comento a su amiga por lo bajo:
“Mirálo a este sinvergüenza. Si no fuera porque uno lo conoce de tanto tiempo, m´hija, ¡quien iba a decir! Pierde los pelos pero no las mañas” y largó una risita nerviosa. Doña Maria Clotilde asintió con un movimiento afirmativo de la cabeza, pero siempre manteniendo esa seriedad casi agriada, que era una leyenda en el barrio. Solo los repetidos guiños del ojo derecho lograban delatar cierto nerviosismo, - era un tic que aparecía cuando estaba intranquila – . Y se notaba tensa, porque mantenía todo el tiempo bien apretado entre sus manos el rosario de cuentas de carey. Venían de la iglesia donde habían dado gracias por la recuperación impensada del abuelo, que aunque era muy pequeña, muy leve para alguien a quien los médicos habían prácticamente desahuciado, era bastante.
Es que las veteranas comentaban entre ellas:
” Para dejarlo en ese estado... con lo activo que era Don Alcides... porque para hacer un milagro... ¡hacerlo bien o no hacer nada che! ¿a vos que te parece?”
Esa había sido la opinión de Doña María Clotilde, efectuada en la intimidad a Doña Elena, en una clara demostración de disconformidad con los alcances del milagro de Fe y en clara rebeldía católica pasible de sanción si era escuchada.
Pero el cura no podía oírlas, estaba lejos, confesando a la menor de las
Pérez-Campos, vecinas de a la vuelta. Y si esa “nena” le contaba todo lo que tenía para contarle al viejo párroco, se le iba la mañana entera. Las dos ancianas que la habían visto entrar al confesionario a “lavarse” los pecados, se miraron y movieron la cabeza a dúo en señal de desaprobación.
El abuelo seguía en la suya, parecía decidido a dominarlo totalmente.
De vez en cuando y sin necesitar motivos volvía a acariciárselo, y se lo apretaba contra la pierna. Allí le daba pequeños golpecitos y luego lo mantenía agarrado de costado. Parecía jactarse del tamaño que tenía y de la facilidad con que lo gobernaba. Ayer había entrado la nurse culona de la tarde y mirando como lo manoseaba le dijo: “¡Pero Don Alcides! déjeselo che!! ¡que lo va a terminar gastando!.”
El comentario aumentó y aceleró los movimientos, generando una secuencia de caricias, bamboleos y apretones que terminaron por hacer que la rubia teñida, muy simpática y con unos cuantos quilos de más, cuando el paciente terminó de menearlo, lo mirara atentamente y saliera a las carcajadas de la sala moviendo el inmenso popocho cadenciosamente.
Don Alcides siguió mirando ese monumental referente mientras pudo.
Por la inmovilidad a la que lo tenía condenado la parálisis, acostado semi sentado en la cama articulada, su campo de visión era limitado. Pero hasta donde pudo girar los ojitos pícaros, que parecían a punto de salírsele de las cuencas, lo miró. Ella salió de la sala y desapareció por la puerta, pero se seguían sintiendo a lo lejos las carcajadas resonando en los corredores.
Los ojos del abuelo trasmitían satisfacción. Se lo soltó.
El pico máximo de estos dimes y diretes familiares acontecidos por la repentina enfermedad –casi fatal – del veterano, vino a suceder justamente hoy de mañana cuando llegó de visita el inefable y odiado nieto menor del abuelo.
“El Nene” – ese es el apodo que tiene – nunca lo quiso al viejo y a todos llamó la atención que se ofreciera para cuidarlo cuando murió la abuela, años atrás.
Fue una decisión muy sospechosa.
Los hijos o no estaban en el país o no tenían las comodidades necesarias o el tiempo requerido, pero todos ayudaban con dinero, y el nieto se hizo cargo.
Ayudó mucho a que adoptara esta decisión, la herencia que el viejo le iba a dejar. Nunca se había confirmado, pero al parecer había sido un acuerdo de partes – Escribano incluido - con la que al anciano agradecía el sacrificio del nieto. No olvidemos que por ese entonces el viejo – y también nosotros, aunque algunos dudábamos - pensába que lo hacía de buena fe.
Después entendimos que si no fuera por esa esperanza de riqueza fácil, seguramente hacía mucho tiempo que lo había mandado internar en un asilo.
Quedó bien claro que todo era por interés.
Pese a la imperturbable alegría de Don Alcides que era un imán para sus bisnietos y a que del abuelo jamás alguien podría decir que pecaba de “metido” en las cosas propias de la familia del nieto, este lo culpaba de su fracaso matrimonial cuando en realidad era un problema generado por su estilo de vida, ya que era un esclavo del trabajo – por avaricia, que no por necesidad - y veía a los hijos solo durmiendo.
Este alejamiento permanente del hogar había enfriado la relación de pareja, que se había convertido en una simple costumbre, apagada ya la pasión mucho tiempo atrás. Y como el abuelo estaba solo, sin nadie que lo defendiera, era mucho mas fácil hacer recaer en él todas las culpas, que autoanalizarse.
Con el tiempo se gestó un odio evidente entre ellos.
Ese día quien sabe a santo de que problema personal, el Nene llegó envenenado. Sin siquiera saludar a los presentes le espetó al viejo postrado: “¡Bien dicen que yerba mala nunca muere!... pensar que cuanto te dio el ataque me había hecho ilusiones de que te enterraba enseguida y vos estás cada día mejor. ¡Ni en eso me haces un gusto, viejo.!”
Fue tan fuera de lugar y tan injusto lo dicho por el hombre, que todos los presentes entendieron que no le estaba hablando al abuelo postrado, estaba haciendo una “descarga” de otros asuntos que venia arrastrando.
Don Alcides siempre mantenía su cara indiferente imposibilitado por la parálisis facial de cualquier gesto – parálisis facial probablemente transitoria, había dicho el medico tratante: “es por el edema cerebral, saben, la inflamación que queda cerca del derrame. Quizás cuando esta inflamación retroceda, el abuelo pueda recuperar, si no todo, al menos parte de ... etc.etc.”- así que todavía no se acababan las esperanzas. Ante ese ataque verbal todos quedamos paralizados.
Menos el abuelo.
Cuando alcancé a reponerme y avanzaba para sacar a patadas al malparido del nieto, mi señora me agarrón del brazo y me hizo mirar al postrado.
Los ojos le habían quedado rojizos y un intenso y endemoniado fulgor parecía lanzar rayos desde lo mas profundo. Siempre mirando al nieto fijamente a la cara desde esos rasgos pétreos, imposibilitados de gestos y emociones, se agarró violentamente el aparato con odio y lo zarandeó y movió para todos lados, jalándolo y balanceándolo, apretándolo contra la pierna con la única mano que podía mover con cierta agilidad.
Parecía que se lo iba a arrancar.
Justamente el aparato de control de la computadora se lo habían dejado colgando por debajo de la cintura en medio de sus piernas, para que quedara al alcance de esa mano. Había aprendido a manejar el sistema con facilidad en solo una semana. Tenia un talento natural para adaptarse.
Si lo deseaba, luego de escribir el texto, apretaba el control y comprimiendo un botón rojo contra su muslo la maquina cibernética leía con su voz metálica el texto escrito en la pequeña pantalla de cristal líquido. (Cosas del avance de la tecnología sugeridas por los galenos que, pese a su costo, entre los familiares habíamos decidido alquilar para que el querido abuelo pudiera comunicarse y no quedase aislado.)
Y fue un acierto.
Cuando terminó de mover la mano como poseído, apretó el aparato y oprimió el botón rojo. Entonces sucedió algo increíble. Todos escuchamos una voz monocorde, asexuada, carente de emociones, metálica con cierta resonancia, que decía:
Mi-se-ra-ble-ba-su-ra-no-sos-mas-que-una-
mon-ta-ña-de-mier-da-ten-go-el-pla-cer-de-
de-cir-te-que-ha-ce-un-a-ño-me-
a-se-gu-ré-con-el-es-cri-ba-no-de-que-vos-
no-re-ci-bas-ni-un-pe-so-de-mi-he-ren-cia-
co-mo-pa-go-a-las-a-mar-gu-ras-que-me-has-
he-cho-vi-vir-no-pen-sa-ba-de-cír-te-lo-en-
es-ta-for-ma-pe-ro-i-gu-al-me-re-sul-ta-gra-to-
An-da-a-la-pu-ta-ma-dre-que-te-re-pa-rió-
y-que-mi-hi-ja-me-per-do-ne.
Fin-del-men-sa-je”.
Así termino la computadora de trasmitir la filtrada bronca cibernética.
El Nene quedo pálido, la boca semiabierta, no atinó a pronunciar palabra y se fue intempestivamente como había llegado, dando un portazo.
Los ojos enrojecidos del abuelo se calmaron e irradiaron placer. La mano aflojo el aparato y quedó relajada sobre su muslo. Descansó.
Yo adoraba ese viejo y sufría al verlo en ese estado - no lo tenía conmigo por no vivir en el país - y más lo pasé a adorar desde este momento, porque yo también le tenia asco realmente a ese tipo. Su puteada fue la mia. (Aunque a decir verdad yo interiormente estaba casi seguro que el viejo nos iba a dar una sorpresa a todos y que en esta vuelta no se “pelaba”. No se por que motivo pero tenía ese presentimiento, casi estaba seguro.)
¡Que hermoso fue sentir esa voz cibernética puteando en megabytes!
“¡Que maravilla la ciencia!” pensé, y acercándome al abuelo le tome la mano y le dije: “¡Lo parió veterano!, esa puteada ha sido maravillosa, ¡maravillosa!, realmente la obra de un Maestro, mis respetos querido Genio.”
Los ojitos brillaron otra vez satisfechos. Acarició el aparato con un cariño especial y entrecerró los ojos asintiendo. Noté un levísimo movimiento de su labio superior. Al parecer la conmoción a fin de cuentas lo había ayudado. Comenzaba a retomar el control de los músculos de su cara, lentamente.
“Bien lo sabia yo”, quede pensando.
Diciembre 27 de 2002 Costa de Oro, Uruguay
martes, noviembre 27, 2007
Él normalmente no creería lo que le estaban diciendo, pero quien hablaba era una persona de su absoluta confianza.
sábado, noviembre 03, 2007
Vida de burócrata.
Estudiando las situaciones que se van presentando a lo largo de una jornada aburrida y cansadora - así como también reiterativa - no pude menos que abstraerme mirando sobre la pantalla de la computadora, donde tengo una ventana pequeña de aproximadamente sesenta por sesenta centímetros, vidrios sucios y empañados, que de todas formas dan una visión más o menos definida del edificio de enfrente, igualmente gris y manchado con caca de paloma, con sus grandes ventanales de vidrios reflectantes que permiten ver mi propia imagen ahora desde afuera, empequeñecida. Las palomas dialogan con sus “guruguruguruguruguruguru” casi frente a mi, detrás del vidrio, viéndolas también desde otra perspectiva, mucho mas pequeñitas. También se ve el reflejo de la ventana del piso de abajo y casualmente el soberano sopapo que una rubia muy voluptuosa le aplica a un veterano pelado que la tiene apretada contra el vidrio mientras acaricia uno de sus pechos. Se puede ver el forcejeo, al hombre que la toma del cuello, como ella grita – no alcanzo a sentir el sonido – y la explosión de vidrios cuando la tira al vacío. Toda la escena entra justito en el reflejo de la oficina de enfrente y en el marco de mi pequeña curiosa ventana. Un ruido seco acompañado de vidrios que se rompen y chirridos de frenadas de los autos apenas se alcanzan a sentir. La bocha pelada sale por la ventana y mira hacia la calle, luego se coloca una pistola de caño largo en la boca y dispara, se siente clarito una explosión apagada y es gracioso ver como le salta la tapa del cráneo seguramente cuando la bala le pega desde el lado de adentro. El cuerpo cae y se me sale de cuadro, por lo que dejo de saber que pasa. Otras cabezas aparecen en las ventanas de mi edificio y del de enfrente. Las palomas vuelan. El débil ulular de una sirena comienza a sentirse y se va haciendo mas fuerte. No me levanto para observar porque sé que la ventana esta trabada y no se va a abrir. Sigo mirando los reflejos, paulatinamente todo retoma a la normalidad, quedan por fin los eternos ruidos del transito que llegan desde muy abajo. Gracias a las discusiones de la pareja el tiempo se pasó rápido. El reloj me informa que faltan quince para las siete, final de otra jornada aburrida realmente, esta planilla de gastos la terminaré mañana, si Dios quiere. Si no fuera por el aporte de la rubia y el pelado..., bueno, hubiera sido insoportable. Bien, es hora, misión cumplida. Cerrá atrás y vamos. Mañana tendremos los comentarios de los sucesos de hoy, y como siempre será un día rutinario, aburrido, cansador, reiterativo.
¡Que vida de mierda.!
domingo, junio 24, 2007
“¡Doctor! - gritó al cruzarse con nosotros en la calle dirigiéndose hacia mi - ¡que bueno que lo veo, Doctor!, ¿cómo esta usted?“ – yo le contesté pausadamente – “Bien, bien, aquí estamos, ¿cómo va todo?” - y el hombre siguió como en un informativo tipo “flash”
– “... ya la pasaron al gastroenterólogo que le pidió un estudio especial del estómago, por suerte como usted ya había sospechado, del corazón no tenia nada y mire que le hicieron todos los estudios, hasta ese del aparatito las 24 horas y no salió nada, esta mejor que yo, pero algo encontraron en el estómago, inflamado creo que me dijeron, si yo me acordaba de usted que fue el primero que nos alertó de esa posibilidad, ¡no sabe como agradezco su interés!” – era como una ametralladora, intenté tranquilizarlo – “Pero por favor, no faltaba más, menos mal que pudimos solucionar y ahora le van a hacer los otros estudios, seguramente” – él consentía nervioso moviendo afirmativamente la cabeza – “¡Si doctor, ya mañana empiezan la rutina de estudios digestivos, por alli esta la cosa bien decía usted, nosotros estábamos tan nerviosos pero por suerte es algo menor, quizás una úlcera, pero nada comparado con lo que nos imaginábamos...!” – mi voz ahora era complaciente y trasmitía seguridad – “Bueno mi amigo, me alegro que las cosas estén encaminadas, ya sabe que siempre estamos a las órdenes” – esto desató una gran sonrisa en la cara colorada del hombre, nervioso y deseoso de trasmitir su agradecimiento – “¡Muy agradecido, doctor, muy agradecido! Se va a quedar contenta mi señora cuando sepa que lo encontré, que lo pase usted muy bien!” – decidí darle un toque final de familiaridad – “Me saluda a la señora” – el hombre me contestó rápidamente dándome la mano con vehemencia – “¡Claro que si Doctor, tenga buenas noches!” – me despedí cariñosamente – “Igualmente para usted, nos estamos viendo”. Mi amigo había contemplado toda la conversación guardando un respetuoso silencio, en el momento que el señor se alejaba me preguntó intrigado: “¡Pero mira vos! ¿y desde cuando sos médico?, hace añares que trabajamos en la oficina y no estaba enterado che, ¿quién era ese tipo?” - le fui totalmente sincero – “La verdad, no tengo ni idea”. Ahora estaba todavía mas asombrado: “¿Y la señora?” – siguió preguntando –“ Menos”. “¿Pero entonces como le seguiste la conversación si no sabes quien es?”. “Lo que pasa es que yo no se quien es, pero él estaba seguro que estaba hablando con quien quería hablar, ¡no viste que felicidad tenía de poder contarle toas esas cosas...! ¿Con todos los problemas que tenemos, todavía vos querés que le pinche el globo a ese hombre?, si él esta convencido que justo encontró a quien quería encontrar y que charló con su médico y para mejor cuando hable realmente con el médico, esos tipos tienen tantas consultas que no se va a acordar de nada y le va a decir que si, que todo estaba bien... ¡¡y todos felices che!!”. Se ve que fui muy convincente porque mi amigo pensó un momento, se rascó la pera y estuvo de acuerdo: “Y pa que te voy a decir que no, si sí. ¡Tenés razón, hiciste bien!”
Y aclarado el punto, seguimos caminando en la noche Montevideana hacia nuestro destino.
La vida fluye.